'; ; Carneros de Tigaday - Cuando los demonios campan por El Hierro
carneros de tigaday

Los carneros de Tigaday: cuando los demonios campan por El Hierro

En un núcleo poblacional de poco más de mil habitantes en Frontera, al noroeste de la isla de El Hierro, se respira un clima extraño. «Si estos días por las calles oyes el sonido de unos cascabeles, corre y no te detengas”, advierten voces del barrio. Es carnaval y los carneros de Tigaday andan sueltos. Se ven venir desde lejos, al principio en grupos pequeños, tal vez de dos, tres, o cuatro. Figuras humanoides cubiertas de piel de cabra y betún.

Los que peor lo pasan son los más pequeños. Abrazados a sus padres, evitan mirar directamente al hombre-bestia que se les acerca con su penetrante olor a animal. Una señora blande su bolso para ahuyentarlos. También les guardan respeto los más ancianos: recuerdan los tiempos en que, siendo chinijos, escapaban por las calles de tierra y los viñedos para no ser atrapados.

Todo lo que no es pelaje, cuernos y calavera de carnero, es piel cubierta del negro pastoso del betún. Así es casi imposible reconocer a quien esté bajo el disfraz. El que ayer podía ser tu vecino, hoy es un bárbaro grotesco. Junto a ellos va un pastor al que llaman “el loco”, también encuerado y embetunado, pero con la máscara de un rostro humano desfigurado.

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Los adolescentes suelen ser los primeros en plantarse en su camino, en señal de reto. Arranca entonces el juego de fintas y acelerones para ver quién pasa más cerca de las bestias sin salir escaldado. El resto del vecindario y algunos turistas observan la escena desde las aceras o los balcones. De pronto, surgen nuevos carneros de las esquinas y sorprenden a una víctima. Entre varios, la jalonean, la reducen y la tumban en el suelo. Restriegan el mismo negro que les cubre por la cara, el pelo y la camisa de su presa, hasta dejarlos con la ropa hecha tirones, los dientes manchados y la mirada aturdida.

Cuando cae la noche en Tigaday, los carneros aumentan en número y en agresividad. Avanzan en estampida por la calle principal unos cuarenta o cincuenta. El tintineo de todos los cencerros es ensordecedor, y el pueblo en masa huye despavorido.

El demonio en la cultura popular

El diablo no sólo campa a sus anchas por Tigaday, sino también por la iconografía e historia popular del archipiélago. En la época precolonial, el demonio Iruene se aparecía en La Palma con forma de perro lanudo y malvado. Se cree que los indígenas crearon este mito para explicar los ataques nocturnos de los perros silvestres a su ganado. Otro ser mitológico y maligno era Guayota, que habitaba en el interior del infierno de Echeyde (El Teide) y que cuando se enfadaba emergía con forma de perro negro rabioso.

Tras la conquista, el catolicismo implantaría en el imaginario isleño la idea hoy arquetípica del demonio: la de Lucifer, Belcebú o Satanás. Lo curioso es que el diablo no siempre ha sido una encarnación del Mal. En la antigua Grecia, por ejemplo, podía referirse al alma en pena de un familiar fallecido, o a una figura literaria que Dios pan, escultura pompeya representara el deseo de gobernar nuestro propio destino. El Satán cristiano, en su infinita maldad, se popularizaría después con el Nuevo Testamento. Para crearlo, la Iglesia Católica se inspiró en el dios de la mitología griega Pan, mitad hombre, mitad macho cabrío, que disfrutaba saciando sus más bajos instintos y alterando el orden cívico y social establecido. Cuando no espiaba a las ninfas en los bosques con oscuras intenciones, mantenía relaciones sexuales con animales. De este peculiar mito, quedaron el espíritu transgresor y los cuernos, la chiva y las pezuñas.

En Canarias, la idea del diablo serviría también para los fines colonialistas. Un explorador francés que pasó por La Palma en 1891, escucharía decir al dueño de una cueva en Mazo, al este de la isla, que los auaritas “eran herejes, y por consiguiente, tenían un pacto con el diablo, así que, como éste es tan poderoso, podía muy bien hacer estos milagros. El cura le había contado historias muy extraordinarias, y no se puede dudar de la palabra de un padre”.

En esta misma isla, a los pies de la Virgen del Socorro en una ermita en Breña Alta, podemos encontrar la imagen de una niña y un diablo que data del siglo XVIII. Cuenta una leyenda que cierta campesina tenía una hija muy revoltosa y solía desahogarse diciendo: “ojalá el diablo te lleve, ojalá el diablo te lleve”. Una mañana, la niña desapareció. La única pista de su secuestro fue una pezuña que encontraron al fondo del barranco del Socorro.

Las fiestas canarias ‘más diabólicas’

En América del sur, las fiestas y carnavales están plagadas de demonios. En Oruro (Bolivia) lo llaman El Tío, tiene rasgos de macho cabrío y es el protector de los trabajadores mineros. En la isla de Chiloé (Chile), El Trauco es un enano monstruoso con la facultad de enamorar locamente a las mujeres. En Perú son rojos, con cuernos y cola, y zapatean sobre una pequeña tabla de madera al ritmo de un cajón africano. Y así podríamos seguir con una variedad casi inagotable.

En Canarias sucede algo parecido. Sólo en La Palma ya nos encontramos, en fiestas patronales de distintos municipios, con el Demonio de Miranda (Breña Alta), el Borrachito Fogatero de Lodero (Villa de Mazo), el Perro Maldito de La Galga (Puntallana) y la Verbena del Diablo (Tijarafe). Ésta última se llama así por la aparición, justo el día antes de la celebración de la Virgen de la Candelaria, de un diablo que escupe chispas y hace bailar a toda la plaza con su música. Diablo-Tijarafe_Fuente-ABC_Autor-LuisMartin Es el jolgorio que precede a la devoción, el desenfreno previo al recogimiento religioso. Así sucede en la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma en el carnaval.

¿Más ejemplos de esto? El perro negro que recorre las calles de Valsequillo (Gran Canaria) como un alma maldita la noche de la víspera de la fiesta patronal de San Miguel. O el ancestral Baile de las Libreas durante las fiestas de la Virgen de la Consolación, en El Palmar (Buenavista, Tenerife). En ellas, al ritmo de un tajaraste, un diablo danza en representación del Mal, y una diabla hace lo propio como el Bien.

En Lanzarote son famosos los diabletes de Teguise. Sobre su origen, siglos atrás, hay varias teorías. Se cree que vinieron con algún canario que regresó de su emigración a América Diabletes-Teguise_Fuente-Canarias7 y que se incorporaron a los rasgos locales. Ya en el siglo XVII, vestían con las mismas pieles y caretas de cabra que los indígenas mahos (de Lanzarote) utilizaban para sus rituales danzantes. Durante un tiempo, los diabletes también integraron la comitiva del Corpus Christi, acompañados de un esclavo del África subsahariana que tocaba el tambor. Más adelante abandonarían los cueros por un vestido de lino o muselina, y la careta de macho cabrío por la de toro o buey. Algunos académicos afirman que los motivos rojos y negros sobre fondo blanco de sus trajes actuales evocan a los muñecos bereberes del siglo XV. Como encarnaciones del Mal que son, estos personajes, además de bailar, recorren las calles asustando a los más jóvenes del vecindario.

No acaban aquí las ‘fiestas diabólicas’ de Canarias, pero dejaremos algunas en el tintero para no retrasar más al rebaño protagónico del artículo: los temibles carneros de Tigaday.

Los carneros de Tigaday

En 2018, la salida de los carneros fue declarada Bien de Interés Cultural de Canarias, en la categoría de Conocimiento y Actividades Tradicionales de Ámbito Local. Narvay Quintero, Portavoz del Gobierno Autonómico ese año, la definió como “una de las figuras más representativas del carnaval tradicional de las islas”. El vestuario y la escenificación de la fiesta, además, se considera una valiosa prueba de la identidad cultural y ganadera de los herreños.

La celebración es tan antigua que nadie sabe cuál fue su origen exacto. Lo que sí recuerdan es que durante la Guerra Civil dejó de celebrarse y estuvo a punto de desaparecer. Filo Padrón, vecino de Tigaday, rememora para los informativos de Televisión Canaria que, siendo un chaval, un amigo de su padre le dijo: “oye, ¿tú quieres vestirte de carnero?” Filo respondió sin apenas pensárselo. “Le dije que no, que yo no. ¡Yo les tenía miedo! ¿Cómo iba a querer vestirme de carnero?” Pero el hombre insistió y el muchacho acabó aceptando a regañadientes. Casi cincuenta años después, se enorgullece de haber sido una de las bestias que sembró la risa y el terror por Tigaday.

El hombre que lo convenció era Benito Padrón, vecino del pueblo al que se atribuye el rescate cultural de esta fiesta en los años 60. Para esta misión, contó la ayuda de su hijo Ramón y los miembros del Grupo Folclórico Tejeguate. Hoy en día el portavoz de los carneros se llama Aday Cejas. También recuerda en Televisión Canaria el momento en el que el miedo pasó a convertirse en admiración: “yo tenía 15 años y un compañero, que veía que yo jugaba a fútbol y corría bastante, me dijo: oye, ¿por qué no vienes y te disfrazas con nosotros? Así, un domingo después del partido, decidí vestirme con los carneros. Eran gente más grande que yo. Poco a poco, me fui involucrando para que la tradición no se perdiera”.

La indumentaria está formada por varias pieles o zaleas. “Lo más difícil de hacer es la cabeza; lo que hacemos es que forramos con zalea un casco de construcción”, explica Aday para el diario Canarias Ahora. Suelen tardar meses en tener los cueros listos para vestir: “vas a buscar esa piel y luego hay que ponerla a secar, estirada y sin ninguna arruga, para que después no cause rozaduras y molestias”. Antes de airearlos, los trajes se guardan en un baúl unos encima de los otros para que no pierdan el hedor que tanto les caracteriza.

La fiesta, como no podía ser de otra manera, ha ido evolucionando con pequeñas modificaciones. Por ejemplo, los carneros no empezaron a utilizar el betún hasta la década de los 80, en sustitución del tizne negro de los calderos. Otro cambio es que el pastor apodado como “el loco” hoy lleva un bastón, pero hace unos años iba arrastrando un machete por el asfalto, y las chispas hacían cundir el pánico. También se ha establecido como requisito para disfrazarse el tener más dieciocho años, para contrarrestar la creciente demanda de jóvenes que quieren participar. Ser parte de los carneros requiere asimismo de una condición física aceptable. Correr durante horas y horas con 20, 30 o 40 kilos de pieles encima (o incluso más si están empapadas en sudor), es agotador para cualquiera. Los “locos”, además de suministrar el betún con el que embadurnar a las víctimas, están pendientes de auxiliar a los carneros si se tropiezan, se tuercen un tobillo o sucede cualquier otro incidente.

Cada año, vecinos y turistas tienen una cita ineludible en Tigaday. Un carnaval original y adrenalínico cuya esencia es el miedo ancestral a los demonios. Un bestiario surrealista que nos habla, entre líneas, de la relación entre un pueblo y la naturaleza.

Bibliografía empleada

Realizador audiovisual. Graduado en Comunicación Audiovisual y Periodismo por la UC3M (Madrid). Diplomado en Cine Documental por la PUCV (Valparaíso).

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