Da igual la época o el lugar. Todas las culturas que han tenido que adaptarse a una vida en la montaña han desarrollado sus propias técnicas de supervivencia. El caso del salto del pastor en Canarias es, posiblemente, uno de los ejemplos más espectaculares. Durante siglos, gracias a una lanza de madera con punta de metal (antes de hueso), generación tras generación de canarios y canarias ha cruzado precipicios que ni los alpinistas más experimentados se atreverían a escalar.
El salto del pastor canario desde la época indígena
La práctica del salto del pastor se remonta a las poblaciones indígenas del archipiélago. Cronistas como Alvise da Ca da Moso, en su libro ‘Delle sette isole delle Canarie e delli loro costumi’ (1455-1457), ya dejaban constancia de ello por escrito:
Alvise da Ca da Moso, 1455-1457
Tras la conquista, en vez de desaparecer, se perpetuó de generación en generación, siempre vinculado al pastoreo de las cabras. José de Viera y Clavijo escribía lo siguiente en su ‘Historia General de las Islas Canarias’ (1772-1773):
José de Viera y Clavijo, 1772-1773
Y así fueron pasando los años, las décadas, los siglos. Margaret D’Este, tras su paso por la isla de La Palma, publicó ‘In the Canaries with a Camera’ en 1909, donde puede leerse el siguiente fragmento:
Margaret D’Este, 1909
El salto del pastor se integró a la perfección en la cultura de los pueblos. En las fiestas, reuniones o, simplemente, ratos muertos, los pastores competían entre sí con juegos de destreza ante el entusiasmo del público. La progresiva declaración de los Parques Nacionales, sin embargo, fue delimitando las zonas en las que se podía o no usar la lanza. Poco a poco, los territorios transitados por los cabreros iban dejando ser tan abruptos y escarpados, por lo que el salto del pastor ya no era tan necesario.
José Domingo y el ‘salto’ entre dos épocas
En 1986, José Domingo, natural de Afur, empezó a criar su primera cabra. “Yo tenía nueve años”, me cuenta al otro lado del teléfono, “y desde que la ‘baifita’ empezó a dar leche vi que podía llevar algo de sustento a casa, que por aquel entonces era muy escaso”. Un año después, con dos cabras a su cargo, la leche que José obtenía ya le bastaba a su madre para hacer quesos pequeños con los que acompañaban las papas arrugadas en el almuerzo.
«Veía a los cabreros mayores que usaban un palo enorme para desplazarse por las laderas y riscos”. A José le llamó tanto la atención que cortó una caña en el barranco y dio con ella su primer salto.
“Por ese entonces”, prosigue, “veía a los cabreros mayores que usaban un palo enorme para desplazarse por las laderas y riscos”. A José le llamó tanto la atención que cortó una caña en el barranco y dio con ella su primer salto, “el mejor de todos en mi vida”: la caña no soportó su propio peso y se partió, lanzando al muchacho a un arbusto de zarzas. Lo intentó más veces, rompiendo caña tras caña. “Mi padre me decía que cualquier rato me iba a matar”, cuenta. “Entonces empecé a aprender con él y con los mayores del pueblo, don Saturnino, don Ismael, don Laudelino…”
Con catorce años, le regalaron su primer lanza en condiciones. “Yo seguía cuidando de mi rebaño, que había ido creciendo con el paso del tiempo. Ya tenía un macho y diecinueve cabras, gracias a las cuales hacía el queso que luego vendía en los bares de la zona, consiguiendo ganar algo de dinero”. José podía ir desde las cumbres hasta la costa, acortando camino por los riscos con su lanza.
“Hasta que cumplí los dieciocho años. Me llegó la carta del cuartel diciendo que tenía que ir al servicio militar obligatorio, y me vi obligado a vender todos aquellas cabritas que yo había criado con tanto sacrificio”. José Domingo recuerda que no había llorado tanto como el día que vio al camión llevárselas de Afur para la nueva granja. Cuando regresó del servicio militar, no pudo poner cabras. “Tuve que optar por otros trabajos, aunque, siempre que tenía tiempo, me iba con mi lanza por ahí, para no perder la costumbre”.
Mucho tiempo después, José tuvo una idea. “Fue una reflexión que me vino una noche, a las 4 de la madrugada. Estaba sentado en la cocina, mientras fuera llovía y caían truenos. Pensé: ¿por qué no usar todos los conocimientos de mi niñez para algo?” De ese golpe de inspiración, en 2016, surgió la Asociación Cultural Salto del Pastor Taborno. Entre sus fines, se encuentra la defensa del salto como legado inmaterial, el desarrollo local, la protección medioambiental y la valorización del patrimonio cultural. Hoy José cumple 25 años brincando, aunque, como él mismo dice, “cada nuevo salto es una experiencia totalmente distinta del anterior”.
El salto del pastor canario en la actualidad
En 2018 el salto fue declarado Bien de Interés Cultural, para garantizar su protección, conservación y divulgación. El logro fue posible, en gran medida, gracias a la labor previa de las jurrias o colectivos de saltadores, que empezaron a surgir desde 1994. Aunque muchos han oído hablar de personas mayores que siguen brincando durante el pastoreo (en Teno Alto, Tenerife, por ejemplo), hoy en día el salto se ha convertido en una actividad de carácter más bien lúdico y deportivo, cuyo objetivo primordial es evitar la desaparición de un bien cultural único en el mundo.
En 2001, se creó la Federación Canaria del Salto del Pastor Canario. Según datos de la misma Federación en 2018, en ese año existían 20 jurrias federadas (con 267 saltadores registrados) y 16 no federadas, repartidas por todas las islas (menos La Graciosa), siendo en Gran Canaria y Tenerife donde más se concentran.
Juan Miguel Acosta, docente jubilado, pertenece a la Jurria Tamonerque, constituida en 2016 en Valle Gran Rey (La Gomera). Antes de iniciarse en esta práctica, Juan Miguel era de los que disfrutaba viendo a los cabreros de su entorno brincar por los barrancos. Cuando llegó a Valle Gran Rey por trabajo hace once años, preguntó si había alguien haciendo esa actividad. Le respondieron que sí, que había un chico que lo hacía por su cuenta en el barranco de Chelé: Juan Carlos Barroso, “actual secretario y alma de la asociación”. Juntos, Juan Carlos y Juan Miguel se entrenaron en el arte del salto, aprendiendo las distintas ‘mañas’ para salvar obstáculos, como la ‘trepa’, el ‘fincheo’, el ‘bandeo’ o el salto a ‘regatón muerto’.
“Después, animamos más gente del pueblo”, me cuenta Juan Miguel, “y conseguimos montar una asociación con siete personas”. Ahora, son veintidós miembros repartidos entre La Gomera y Tenerife. Pero la asociación no sólo ‘brinca’ por esas dos islas. “Las jurrias se mueven por todo el archipiélago a través de encuentros y convivencias. Es algo vivo”, me explica.
Entre unas islas y otras, sin embargo, hay ciertas diferencias. La herramienta básica del salto, por ejemplo, recibe un nombre en cada lugar: puede ser la ‘lata’ (en Lanzarote y Fuerteventura), el ‘garrote’ (Gran Canaria), el ‘astia’ (El Hierro, La Gomera y Tenerife) o la lanza (Tenerife y La Palma). También cambia el tamaño: “en La Palma hay lanzas de hasta cuatro metros, porque si no, dada su orografía, te quedarían saltos al vacío muy grandes. En Lanzarote y Fuerteventura no se da tanto esa altura, por lo que se utiliza más la técnica del ‘bastoneo’. Pero también conocen las otras técnicas. Un buen saltador tiene que tener maña para arreglárselas en cualquier isla”, opina Juan Miguel.
Cuando le pregunto sobre lo que más le gusta del salto del pastor, responde sin dudarlo: “la convivencia con la gente”. Para Juan, las jurrias son tribus especiales que habitan las islas, personas que no olvidan sus raíces, porque “el que no sabe de dónde viene, para mí que no sabe muy bien por dónde va”.
Recursos bibliográficos
- Canari Wiki. (2019). Salto del pastor. Canari Wiki.
- Caselles, M. (2018). Arqueología viva del montañismo: El salto del pastor canario. Arqueología viva del montañismo.
- EFE. (2018). La lucha canaria y el salto del pastor, declarados Bien de Interés Cultural. Eldiario.es.
- Redacción. (2019). Salto del pastor canario. Federación Canaria del Salto del Pastor Canario.