El Manifiesto de El Hierro no puede ser entendido sin “El Arado”, una escultura de Tony Gallardo también conocida como el Monumento al Campesino. Arte y Manifiesto se dieron cita el mismo día y puede decirse que surgieron de la mano cuando la juventud de la pequeña isla, la intelectualidad y la vanguardia artística del archipiélago apuntaron en una misma dirección: la necesidad de reafirmar la cultura canaria y sus rasgos identitarios.
La cuestión de la cultura y de la identidad bien sabemos que no es un debate de consenso. Podemos encontrar definiciones para ambos términos en cualquier diccionario, pero si damos un paso más allá nos adentramos en un complejo debate antropológico y sociológico sin fin. “No nos metamos en berenjenales”, se diría de forma simple. Con el Manifiesto de El Hierro se quiso dar un paso hacia una ansiada revolución cultural que tambaleara los cimientos establecidos hasta el momento, tanto en el arte, como en la cultura, como en la política. En ese entonces, tan sólo un año después de la muerte del dictador Franco, con razón se podía caer en el tópico de afirmar que “todo era política”. Y es que tanto el Manifiesto como la escultura, por mucho que se intentó desligar de la política, fue un acto político.
Así, el 5 de septiembre de 1976, se leía en el centro geográfico de la isla una serie de principios que venían a reivindicar el lugar de Canarias en el mundo y cómo su arte y su cultura se constituían en elementos identitarios ligados al territorio y a su historia. La obra escultórica “El Arado” o “Monumento al Campesino”, significaba un reconocimiento a la dureza, al sacrificio y al esfuerzo de la vida en el campo, pero también se constituía como un símbolo de ansias de libertad y democracia para la juventud del comienzo de la Transición. Escultura y Manifiesto, por tanto, se conformaron como compañeros de aquella empresa. Pero, ¿qué fue primero, la escultura “El Arado” o “El Manifiesto de El Hierro”?
Sin entrar en debates sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, es necesario ponernos en contexto y preguntarnos: ¿cuál es la importancia del Monumento al Campesino para entender -más allá de la mera literalidad- el Manifiesto de El Hierro?
1. El Arado o Monumento al Campesino: obra de Tony Gallardo y de la juventud herreña (El Hierro)
La escultura “El Arado” o “Monumento al Campesino” se encuentra en la Cruz de los Reyes, en el centro geográfico de la isla. Se trata de una escultura de hierro de 16 metros de largo y una tonelada de peso que descansa sobre una base. Dicha escultura fue obra de Tony Gallardo, escultor grancanario y ex-dirigente del Partido Comunista de España en Canarias aún en la clandestinidad. No obstante, se reconoce como artífice de la idea de este homenaje al campesinado a Aurelio Ayala, político herreño.
Según cuentan diferentes participantes de la instalación en el programa Canarias en Portada de Televisión Canaria, hubo más de una conversación entre los hombres para organizar “el asunto” y finalmente, gracias a la ilusión y entusiasmo del movimiento juvenil herreño -que organizó recolectas, conciertos, y diversos eventos- se recaudó el dinero necesario para hacer realidad esta locura para muchos de poner una escultura gigante en la cumbre de la isla. Dicha escultura monumental fue realizada en una herrería de Tenerife y trasladada en barco. Luego se subió a la cumbre, donde ya habían empezado las obras “a ojo” de la base por los jóvenes de aquel entonces. Palabras como “entusiasmo” e “ilusión colectiva” son las más repetidas por los entrevistados que transmiten esta idea de haberse sentido partícipes en la construcción de un símbolo que expresaba un cambio a futuro, un cambio con mayúsculas.
El 5 de septiembre de 1976 se inauguró la escultura entre actos festivos y, como no, la lectura del Manifiesto. En esa zona habían congregadas unas 4.000 personas. Toda esta gente no era sólo de El Hierro, habían venido también de otras islas contagiados de ese mismo espíritu transformador, lo cual provocó que las provisiones se acabaran y las expectativas fueran superadas. El acto y todo su proceso fue valorado como un triunfo por la juventud herreña y -aunque la dotación de infraestructuras necesarias llegara mucho después como también más tarde llegó la conquista de más libertades- quienes lo vivieron lo recuerdan como todo un hecho histórico.
Y un hecho histórico claro está no por haber instalado una escultura de un arado, sino por haber instalado una escultura de un arado con el objetivo de reafirmar un sentimiento de pertenencia a una identidad cultural que se consideraba imperativo revalorizar y poner en el centro del debate artístico y político del momento. Recordemos, hablamos del 5 de septiembre de 1976: hacía sólo un año que había muerto el dictador, el presidente del gobierno Arias Navarro había dimitido a petición del Jefe del Estado -Juan Carlos I- y recién entraba en el poder Adolfo Suárez, y aún no se habían celebrado las primeras elecciones de la democracia. Y esto a nivel estatal. En Canarias el movimiento nacionalista había cogido fuerza y rechazaba el discurso centralista de la dictadura. El grupo armado MPAIAC había conseguido a mediados de los sesenta una resolución del Comité de Liberación de la Organización para la Unidad Africana que consideraba a Canarias como una colonia española a la que se le debería reconocer el derecho de autodeterminación y La Voz de Canarias Libre (programa del líder del MPAIAC Antonio Cubillo) llegaba a los hogares canarios desde hacía un año. Todo este contexto -y más que se nos queda en el tintero- envuelve la construcción y proceso de instalaje de “El Arado” y posterior lectura del Manifiesto de El Hierro; otorgándole un peso sumamente simbólico y un carácter -si no cabe- revolucionario, al menos, de tendencia libertaria.
2. El Manifiesto de El Hierro: un análisis tras el tiempo
El Manifiesto de El Hierro fue leído por Aurelio Ayala en la inauguración de la escultura junto a unas 4.000 personas. Entre los firmantes se encuentran Tony y José Luis Gallardo, Martín Chirino, Antonio de La Nuez, Manuel Padorno, Juan José Gil, Aurelio Ayala, Felo Monzón, y Pepe Dámaso, entre otros. Algunas fuentes dicen que incluso fue firmado por Gabriel García Márquez y Julio Cortázar. Desconocemos si hay alguna mujer entre las firmas, pues en todas las fuentes consultadas destacan los nombres solo de ellos.
Aquí el Manifiesto:
1º. La pintadera y la grafía canaria son signos representativos de nuestra identidad. Afirmamos que han sido un símbolo permanente para el arte canario. Reclamamos el origen autóctono de nuestra cultura.
2º. Nunca podrá ser destruida la huella de nuestros orígenes. Ni la conquista, ni la colonización, ni el centralismo, han logrado desterrar la certidumbre de esta cultura viva. No negamos los lazos que nos unen a los pueblos de España, pero reivindicamos nuestra propia personalidad.
3º. En el proceso histórico hemos asimilado aquellos elementos que han servido para conformar nuestra peculiaridad, y rechazado los que no se acomodaron a ella. Nuestra universalidad se asienta en nuestro primitivismo.
4º. Contra el tópico del intimismo, nuestra vocación universal. Contra la pretensión de cosmopolitismo, nuestra raíz popular. Contra la acusación de aislamiento, nuestra solidaridad continental.
5º. Canarias está a cien kilómetros de África. La existencia del canario-americano es un hecho histórico de gran significación. La presencia de África y América en Canarias es evidente.
6º. Nos pronunciamos por una cultura regional, frente a la disgregación y la división fomentadas por el centralismo. Ante las demás nacionalidades y pueblos de España, reclamamos nuestra presencia de igualdad fraternal.
7º. Nos declaramos plenamente solidarios con las reivindicaciones de las masas canarias. No creemos en una cultura al margen de las luchas sociales del pueblo. Autonomía, democratización de la cultura, libertad de creación y protagonismo popular son las herramientas con las que haremos nuestra propia revolución cultural.
De una lectura rápida del Manifiesto podemos sacar una conclusión muy simple: el Manifiesto es sencillo. Pero, más allá de las palabras textuales y considerando el momento en el que fue escrito y los días que se dejaban atrás podemos preguntarnos: ¿es posible ahondar en las palabras? ¿Qué reflexiones podríamos extraer de un análisis más pausado? Nos animamos a ello y aquí una posible lectura de estos siete puntos.
Lo primero y lo más claro que podemos extraer es que en este documento se manifiesta la conciencia de ser una cultura. Es decir, se reconoce que existe “algo” llamado cultura canaria que tiene su propia idiosincrasia y sus propios símbolos. ¿Y por esta idea tan simple tanto alboroto? Pues sí. No olvidemos que el régimen franquista impuso durante décadas un relato centralista y monocultural. Esto significaba que todo lo que se aleja del ideal de “ser español” no tiene cabida y ser relega -en el mejor de los casos- a la marginalidad. Es en este contexto donde debemos situar este subrayado a la pintadera y a la grafía indígena como elementos centrales de la cultura canaria. No únicos, evidentemente, pero sí relevantes en este proceso de revalorización de lo que se considera propio.
Tengamos en cuenta que en las cuestiones asociadas a la identidad y a los elementos representativos de la misma la carga subjetiva tiene un peso inconmensurable. ¿Se puede ser objetivo en estas cuestiones cuando se parte del dinamismo de las culturas y de la trasmisión continua entre diversidades? Es un debate abierto en el que aquí no profundizaremos ni mucho menos cerraremos, pero si podemos alinearnos a esta idea de autoidentificación y selección subjetiva de elementos que pueden ser más o menos compartidos y reconocidos por un grupo social como propios.
Y revalorización. Revalorizar elementos de una cultura que se ha entendido subyugada en un momento concreto o en una continuidad temporal de siglos adquiere un lugar central como acción tendente a un cambio, a un giro de timón. Devolver o resaltar este valor que se estima cercenado pasa pues -la mayoría de las veces- a concebirse por muchas personas como un deber político y moral. Una responsabilidad. Y aquí, los artistas, por la capacidad de representación y de denuncia que le otorga su actividad pueden sentirse llamados a cumplir con este auto-sentido “deber”. He aquí una de las posibles razones para que no se crea “en una cultura al margen de las luchas sociales del pueblo”.
¿Y esto de que la cultura de los indígenas canarios esté viva? Pues más de lo mismo. Está claro que hay un pasado y que éste -para los firmantes del manifiesto- debe resaltarse. No tiene lógica resucitar a un muerto, diríamos, o negar un etnocidio para fortalecer este ejercicio de autoidentificación como canario pero lo que podemos entender cuando se hace referencia a esta “cultura viva” es que, a pesar de los avatares de la historia, si se habla de una cultura canaria es, en parte, por este pasado y la permanencia -siempre dinámica, cambiante y en constante transferencia- de elementos o características reconocidas como “originarias”. Este carácter de “lo originario” es, también, un terreno fangoso donde las afirmaciones categóricas están desautorizadas si consentimos situarnos lejos de posturas esencialistas.
Otro aspecto que podría llamarnos la atención del Manifiesto es esta suerte de esquizofrenia entre este amor a lo propio y esta reivindicación de la peculiaridad de la cultura canaria, por un lado, con esta vocación declarada de universalidad y de mirada abierta al mundo, por otro, que no convence del todo a Ángeles Abad en su obra La identidad canaria en el arte. Este llamado de revalorización de lo propio y a la vez tendencia de integración en un estado universal, internacional o mundial -como queramos llamarlo- lejos de ser posturas opuestas son totalmente compatibles. Leído este Manifiesto en su contexto histórico podemos entender que lo que se pretende es huir de este nacionalismo rancio propio de las dictaduras -que por definición es de carácter excluyente y opresor con las diferencias- pero sin pagar el precio de dejar sin el valor que se cree que se merecen elementos y caracteres que se reconocen como propios y que han sido vetados por la imposición monocultural y centralista impuesta. No se trata, por tanto, de diluirse en un universalismo homogéneo para integrarse en el mundo que recién se abre con el comienzo del fin de la dictadura ni tampoco mantener un comportamiento de auto-exclusión para poder revalorizar “mejor” la peculiaridad cultural de Canarias. En palabras más sencillas, es ser parte del Mundo sin dejar de ser canario o canaria.
Desde este plano de la autoidentificación y abandonando toda postura dogmática de la canariedad, los firmantes quieren abrirse al resto y expresar su orgullo de pertenencia a una cultura concreta. Y una cultura que se sabe mestiza, producto de intercambios constantes sucedidos en el tiempo y en la que se han ido incorporando elementos a los que ya poseían de manera ancestral. Así, el peso de América Latina y el Caribe y la proximidad con África -con esta idea, además, de africanidad como componente del discurso político muy candente en el momento de la firma del Manifiesto- está muy presente y se señala de manera explícita. Se concibe, por tanto, como parte de esta identidad o cultura canaria estos lazos o hermandad con otros pueblos de América, África y del Estado español.
3. Lo que nos deja “El Arado” y el Manifiesto de El Hierro
No puede obviarse que en los años que duró la dictadura franquista se impuso un relato único sobre Canarias que negaba a los indígenas como sujetos civilizados y fuentes de conocimientos. Es más, se popularizaron teorías falsas sobre estos pueblos con una pretensión integracionista que se pretende revertir por medio no de una vuelta al pasado, sino de revalorización de lo que está presente y de lo que se es hoy; ese hoy de 5 de septiembre de 1975.
La importancia del Manifiesto es precisamente que se reconoce la existencia de la “cultura canaria” y el papel fundamental que en ella juegan las clases populares. Estamos hablando de un conjunto particular de conocimientos, modos de vida y formas de ser, estar, y conocer en el mundo donde “lo popular” tiene un sentido político y artístico. La cultura canaria, y su arte, se presentan por tanto con personalidad propia y, con este Manifiesto, se reivindican. En el Manifiesto de El Hierro, Canarias se presenta, así, como un territorio donde se crea arte y cultura de manera activa y singular, con su propio ritmo, vicisitudes, preocupación y tópicos. Podemos concluir pues que en el trasfondo de las palabras se encuentra un discurso que aboga por la igualdad en la diversidad y la valorización -sin complejos- de lo que se considera propio. Esto, en el siglo veintiuno puede parecer elemental, pero cuando aún el relato centralista y la monocultura es la norma, se configura como una idea rompedora, como un discurso de transición. “El Arado” es una escultura de 16 metros de largo y una tonelada de peso que motivó el entusiasmo y la ilusión colectiva en una de las islas más olvidadas y marginadas del archipiélago en los años 70. Esta escultura y el manifiesto que en su inauguración se leyó se conforma como un hecho histórico que venía a expresar el cansancio del discurso único, de la marginalidad de lo popular y del desprestigio de lo sentido como propio. En este aspecto, podemos concluir que la instalación del Monumento al Campesino y la redacción del Manifiesto de El Hierro es todo un símbolo de la juventud del comienzo de la Transición en Canarias.
Recursos bibliográficos
- Abad, Ángeles (2001) La identidad canaria en el arte. Bizkaia: Centro de la Cultura Popular Canaria / Caja Canarias / Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias.
- Diario El Hierro (2019, 14 de noviembre) El Cabildo inicia las obras de restauración de ‘El Arado’.
- Manifiesto de El Hierro (1976)
- Millares, Michel Jorge (2007) El Arado que surcó la libertad en El Hierro. Revista Canarii, 2, pp. 16-17.
- Radio Televisión Canaria (2020) Canarias en Portada: Cultura Popular de Canarias. Documental.