La obra Faycán, de Víctor Doreste, es una fábula de animales que lleva el nombre de su personaje principal, un perro que desde la vejez relata sus memorias en la isla de Canaria. Su objetivo es transmitir las enseñanzas que recibió sobre la Historia de la Caninidad de la mano de Cicerón, un perro viejo y sabio que le revela a nuestro protagonista la existencia de sus antepasados y la opresión sufrida por el hostigamiento sistemático de los seres humanos a los canes.
Faycán vive junto a su manada en cuevas y barrancos desde que los hombres llegaron a la isla y la colonizaron; momento a partir del cual conceptos como “amo” y “correa” adquirieron protagonismo. No obstante, la pandilla de Faycán está formada por un grupo de perros libres que recorren las barrancadas del Guiniguada: Rebenque, Caifás, Catalejo, Marquesa, Linda y Nerón.
En otro artículo de Alegando Magazine! ya analizamos esta obra de Víctor Doreste desde una perspectiva decolonial. No obstante, Faycán ofrece múltiples lecturas posibles, y en esta ocasión la abordaremos desde una perspectiva feminista. Esta necesidad viene dada por el imperativo de desvelar las relaciones de poder en el ámbito del género que quedan retratadas en el texto y que nos proporciona una ligera idea de cómo podían ser vistas y tratadas las mujeres canarias de los años 40 del siglo pasado. Y lo haremos a través de los personajes femeninos del libro, tal cual son vistos y representados por los protagonistas masculinos. Conoceremos, por tanto, a Marquesa, Linda y Rebenquilla a través de las palabras de Faycán, Rebenque y, como no, de la pluma del propio Víctor Doreste.
Marquesa y Linda en Faycán
El personaje de Marquesa aparece desde el comienzo del relato biográfico de Faycán y su incorporación a la pandilla masculina es presentada como un elemento de conflicto: “la llegada de Marquesa puso fin, por algún tiempo, a la paz que siempre habíamos disfrutado”. Al principio, Faycán narra que la ignoraban con el objetivo de que ésta claudicase en su empeño y los abandonara. No lo consiguen y finalmente Marquesa logra ser aceptada por el grupo de perros cuando demuestra que es capaz no sólo de hacer las mismas cosas que ellos (los varones), sino incluso mejor: “Marquesa se distinguió enseguida, entre todos, como una insuperable cazadora. Daba gusto observar cómo se acercaba a su víctima. ¡Con qué sigilo y astucia, por ninguno de nosotros igualados! Ella nos enseñó la famosa «media vuelta»”. En la descripción de su proceso de integración, Faycán narra el extrañamiento que le producía a él y a su pandilla la inusitada agresividad con la que Marquesa cazaba, sin llegar a entender que para ella tal comportamiento respondía a la presión por superar las expectativas que sus compañeros masculinos tenían sobre ella por su condición de género: “Marquesa era más cruel que ninguno. Se ensañaba con sus víctimas de una manera que no comprendíamos el resto de la pandilla, pues tomábamos estas cacerías como un juego divertido”. Así vemos como Marquesa, para mantener una posición de igualdad en el grupo, tiene que demostrar continuamente que es capaz de ser igual o más agresiva que un varón.
Esta imagen y el lugar que Marquesa logra ocupar en la pandilla cambia en la mente de Faycán y sus compañeros cuando se produce su sexualización: “venía remilgosa, con los ojos muy brillantes y en una actitud de recato que no habíamos visto en ella jamás. Un raro perfume nos aturdía los sentidos; y empezamos a lanzarnos miradas provocativas” . Tras estas palabras, se narra que Marquesa (presumiblemente en época de celo) mira uno a uno a todos los perros de la manada y sale corriendo hacia lo alto del barranco. Todos los varones salen tras ella, enfrentándose entre sí en una lucha instintiva por conquistar el derecho de posesión. Quien salió victorioso de aquella empresa fue Faycán. Éste lo explica de la siguiente manera: “las cosas se arreglaron así: Marquesa quedaba bajo mi tutela. Era el premio al arrojo y a la astucia. Al mismo tiempo, todos nos comprometíamos a reconocer a Linda como propiedad exclusiva de Nerón”. No es muy difícil concluir que la semántica empleada en esta afirmación representa a la perfección la idea de mujer-objeto y, por tanto, a la mujer como propiedad privada dentro del sistema heteropatriarcal capitalista. Así, las relaciones “se arreglan” y la mujer “es tutelada” por el varón, el cual la adquiere como recompensa, como “premio”. Por otro lado, la “propiedad exclusiva” en la que se transforma ante la institución heteropatriarcal -simbolizada por ese “todos nos comprometíamos a reconocer[la]”- explica claramente la segunda posición que la mujer ocupa en el binomio sujeto/objeto, el cual naturaliza a esta como un ser incapaz. Así, Marquesa pasa de ser agresiva y competitiva a “una perrilla cariñosa, pero un tanto dada al lío y a lo insustancial [además de charlatana]”.
Por su parte, Linda aparece en Faycán al tiempo que se efectúan los repartimientos de los derechos maritales, que recuerdan a la adjudicación de la tierra y el agua llevados a cabo por los conquistadores tras la colonización de las islas: “si bien Catalejo fue el primero que la descubrió a una distancia tal que ni nuestro fino olfato podría percibirla, comprendimos en seguida, por las tiernas miradas que le dedicaba, que era Nerón, de todos, el preferido”. No obstante, su condición de objeto no sólo se expresa en la funcionalidad dramática de satisfacer el deseo de Nerón, sino que ésta persiste en su caracterización y en la representación de sus acciones: “no hacía otra cosa que mirarse horas y horas en los charcos y poner los ojos en blanco delante de «su» Nerón”. Linda es representada, así, como un personaje plano, cuya característica principal es su preocupación por estar bella, tal cual refleja su propio nombre.
En definitiva, Linda es presentada como una perra presumida que no tiene mayores aspiraciones en la vida que mantener enamorado a su hombre e incluso su muerte se achaca a lo insustancial de su existencia. En el capítulo noveno, la pandilla decide participar en una de sus habituales barrancadas, pero la fuerza del torrente y el despiste de Nerón (que debía avisar con un aullido en caso de peligro) llevaron al fatal accidente. Faycán retrata a Linda momentos previos a la barrancada de la siguiente manera: “Linda, corredora mediocre, distraída y desobediente […] no solamente hizo caso omiso de mis razones, sino que empezó a corretear sin ton ni son, gastando sus débiles fuerzas, en aquellos momentos en que todos procurábamos tener los músculos tensos y elásticos”. La muerte de Linda supuso un duro golpe para Nerón, el cual tras ser curado de la rabia bajo prescripción de Cicerón, decide exiliarse de la manada para pasar en soledad el resto de sus días, carcomido por la pena, en un acto de amor romántico.
Previo a este hecho, en el cuarto capítulo de la obra, se narra la extraña desaparición de Linda que sume a Nerón en un estado melancólico y contrariado. No obstante, este evento no es interesante en sí mismo para la lectura feminista que realizamos aquí, sino por el efecto que éste desata en la psique de Faycán, el otro varón desposado de la pandilla. Y es que el miedo de Faycán a que Marquesa decidiera seguir los pasos de Linda -dando por hecho que ésta había abandonado a Nerón, y no que le había ocurrido algo malo como efectivamente pasó- le lleva a ejercer la autoridad legítima que le brinda el sistema heteropatriarcal capitalista: “por entonces, yo le propiné a Marquesa una tunda fenomenal, sin que -valgan verdades- me diera motivos para ello. Marquesa adoptó, en contra de lo que yo esperaba, una actitud de respeto y acatamiento. Me lanzaba miradas llenas de ternura y, al caer la noche, me propuso que diéramos un corto paseo”.
Así, la autoridad patriarcal, al igual que la autoridad colonial, se vehicula a través del ejercicio de la violencia sobre la parte de la relación construida como inferior, y los efectos que en el sujeto dominante produce son contradictorios: “siento vergüenza de haberla castigado injustamente, pero, al mismo tiempo, ¿no había un placer en todo lo que estaba sucediendo? No lo comprendo”. Por su parte, los efectos producidos en el sujeto dominado suscitan las categorías psicoanalíticas de la introyección y la prescripción: “Marquesa no puede reprimirse. Se levanta… pero le pongo, con suavidad, una pata sobre el lomo. Y dulcemente, Marquesa vuelve a tenderse sobre la hierba, mientras el gato da un bufido grotesco y desaparece”. Esta suave actitud de Faycán hacia Marquesa y la concesión de esta falsa generosidad tras propinarle la paliza manifiesta la consagración de Faycán como un sujeto opresor. Según Paulo Freire, “los opresores, falsamente generosos, tienen necesidad de que la situación de injusticia permanezca a fin de que su «generosidad» continúe teniendo la posibilidad de realizarse” (Freire, 2000, p. 33). Aquí vemos como Faycán es a la vez un sujeto oprimido por la estructura colonial impuesta en la isla por los hombres y un sujeto opresor por el lugar que ocupa en el sistema heteropatriarcal y, por tanto, en el binomio hombre/mujer.
Desde un pensamiento heterárquico, la violencia machista relatada surge como reacción por parte del varón ante la supuesta inseguridad en el monopolio de poder. Un poder -en el plano de las relaciones de género- que además está codificado en función de la coyuntura histórica específica del autor del texto, es decir, de Víctor Doreste. En este caso concreto, hablamos del heteropatriarcado nacional-católico del franquismo que impregna -inevitablemente- el libro. Así, la situación de la mujer en el año 1945 -cuando se publica Faycán– está condicionada por la legalidad del régimen dictatorial de Franco. Dicha legalidad está construida por un compendio de medidas e instituciones entre las que se encontraban -entre otras- las siguientes: el Fuero del Trabajo de 1938, cuyo objetivo fue “liberar a la mujer casada del taller y la fábrica”; la Sección Femenina de 1934, que por el Decreto de 28 de diciembre de 1939 obtuvo el control público de las mujeres; el Servicio Social de la Mujer, reorganizado en 1940, para conseguir mano de obra femenina gratuita sólo en caso de que éstas estuvieran solteras; el Patronato de Protección de la Mujer, creado en 1941 con el fin de alejar a la mujer de la prostitución y “salvarla” en el cobijo de la Iglesia; y la Ley de Reglamentaciones Laborales de 1942, según la cual sólo podían trabajar las mujeres solteras o viudas y si se casaban debían firmar su despido voluntario. Dos años después, la Ley de Contratos de Trabajo estipulaba que debían contar con la autorización del marido para ejercer como mano de obra (Suárez Manrique de Lara, 2011, pp. 168-169). Dicho contexto extratextual está patente en la obra de Faycán y la ideología que respalda dichas medidas se impregna en las relaciones de género que acontecen en la obra literaria.
Otra de las manifestaciones de la violencia machista que observamos en Faycán, son los celos, los cuales son una constante en el sentir del protagonista. La vehemencia con la que Faycán aseguraba que Marquesa le era fiel se transformará poco a poco en un repertorio de sospechas: “¡qué extraño! Me aseguró que no se movería de la cueva. La invité a que diéramos un paseo… y me dijo que estaba cansada. Me asaltan terribles dudas. Pienso en una vejez prematura”. Y es que por la cabeza de Faycán empieza a rondar la idea de que su incipiente senectud está afectando al deseo que Marquesa siente por él. Finalmente, el proceso de deterioro de la pareja llega a su cénit y las razones que él se da para justificar su divorcio es el deterioro de su aspecto físico por el paso de los años en un acto de autocompasión: “tampoco anoche ha venido Marquesa a la cueva. Ya no abrigo ninguna duda. Marquesa me ha abandonado. Me encuentra viejo. Puede que tenga razón”.
Rebenquilla en Faycán
El personaje de Rebenquilla es, sin lugar a dudas, el que más sufre los estragos del heteropatriarcado capitalista y la violencia machista en Faycán. Su posición en el discurso es siempre pasiva y objetual, cuya voz no es escuchada en ningún momento del relato y cuya capacidad de intervenir en la acción es completamente nula, a diferencia de Linda, quien habla para explicar su secuestro (el cual es motivo de su extraña desaparición), y Marquesa, que decide abandonar a Faycán. De esta manera, el personaje de Rebenquilla se encuentra naturalizado en la mirada machista del narrador-protagonista despojándola de toda humanidad y adjudicándole reacciones emocionales que se pueden explicar desde la posición de la mujer en el franquismo y desde el concepto de “exilio interior”. Este último término es descrito por Sofía Rodríguez López cuando explica que, “convirtiendo el silencio en un mecanismo de defensa, [las mujeres] lloraban para adentro, rezaban para adentro, maldecían a Franco para adentro, y soñaban con un cambio y un futuro mejor para sus hijos, también para sus adentros” (Rodríguez López, 2011, p. 94). Aún así, el supuesto abnegado amor que mantiene vivo por Rebenque tras el repudio, la humillación y el maltrato puede ser identificado actualmente con manifestaciones concretas que responden a la herencia machista perpetuada durante siglos.
La aparición de Rebenquilla en Faycán coincide con su presentación en sociedad junto a su novio Rebenque. La descripción que se realiza de Rebenquilla oblitera cualquier mención a atributos morales, psicológicos o intelectuales, y se limita exclusivamente a señalar su fealdad manifiesta. Por su parte, lejos de interesarle la estética, Rebenque desvela a la manada que su interés real por su pareja reside en la genética, pues ésta posee un rabo igual de largo que el de él: “hay que cuidar las esencias de la raza. Quiero perpetuarme en lo que constituye mi más legítimo orgullo”. Esta visión eugenésica del amor se complementa con la ideología machista más exacerbada en este personaje varón. Así, tras pedirle a Rebenquilla que lo deje a solas con sus compañeros, la cual accede sumisa, Rebenque les asegura: “con un ojo desentoldado, basta y sobra para lo que hay que ver. A parte de que las hembras no deben ver ciertas cosas, ni oírlas”. Tras el festejo de la boda, Rebenquilla se queda rápidamente en cinta y al poco tiempo pare a “tres perrillos inmundos, con las cabezas monstruosas, más grandes aún que su cuerpo, [los cuales] yacían en el suelo, revolcándose, gimoteando. Pero no era esto lo que nos dejó consternados. A Rebenque le dio un síncope. No era para menos. Los tres engendros eran… ¡rabones!”. Así, la ironía se cierne sobre Rebenque, con el que empatizan y hacia quién muestran preocupación, mientras que la mujer y los niños no sólo son ignorados, sino también culpabilizados por la suerte de su compañero, el cual toma la decisión de abandonarlos sin mediar el más mínimo ápice de compasión. Este gesto, lejos de ser censurado por la pandilla, produjo un “[…] regocijante efecto. No era que ninguno se alegrase de lo que le había sucedido al pobre Rebenque; pero las circunstancias en que el hecho se había desarrollado y las quiméricas pretensiones del rabudo compañero, en contraste con aquel inesperado alumbramiento, movían más a la chanza que al duelo”. Desde esta perspectiva, la mujer no puede entenderse más que como un objeto, pues a la vista del varón no es portadora de humanidad, precisamente porque la ideología desde la que es contemplada la deshumaniza.
Tras un tiempo, en el que Rebenque se ha echado un amo que lo utiliza para robar y que lo inicia en el alcoholismo, Faycán retoma la trama de Rebenquilla. Así, comunica el destino al que fue avocado la repudiada prole de la pareja. Dice que, “a la mañana siguiente del desagradable suceso, fuimos todos a la cueva; y nos encontramos con la sorpresa de que los tres engendros, ni habían abierto los ojos, ni podrían abrirlos jamás. Los apresamos con los dientes, por el cuello, y los tiramos a un estercolero”. Su madre, Rebenquilla, “estaba verdaderamente asombrada; y gemía alrededor de aquello que se pudría entre latas oxidadas y trapos corrompidos. Nos costó trabajo apartarla de aquellos lugares. Rebenque no se dignaba ni siquiera a mirarla; pero ella le dedicaba, sumisa, las miradas más tiernas que vieron jamás ojos de perro”. En este sentido, Rebenquilla no oculta el sufrimiento que siente por la muerte de sus hijos, pero su dependencia psicológica a Rebenque -ya inscrita en su propio nombre- la lleva a intentar recuperar desesperadamente a su pareja: “cuando se enfrentaba a Rebenque, se echaba al suelo, humilde como un felpudo que desea ser pisoteado. Bajaba la vista y mendigaba, no ya una simple caricia, sino una sola mirada, aunque hubiera sido amenazadora”.
No obstante, la actitud de Rebenque está cegada por el absoluto desprecio. En este punto, la pandilla de canes había suplantado la burla por la compasión cristiana, y así le decían a Rebenque que si la miraba, la perdonaría. Pero él insistía en ser “más duro que una roca”, y apostrofaba que “esas hipócritas miradas, hijas de la culpa, que no de la humildad, se partirán en dos, como la piedra contra el bronce”. En este sentido, el grado de anulación de Rebenquilla produce en el lector la sensación de estar ante un personaje plano, ni siquiera introyectado, sino monolítico. Pero esto se debe a que la voz de Rebenquilla sólo se reproduce en el interior de su conciencia. Así, a través de lo que este personaje calla, atisbamos ligeramente a percibir el exilio interior de muchas mujeres durante el franquismo (y aún hoy en la actualidad). Rebenquilla y Rebenque vuelven a estar juntos y su matrimonio es el único que llega al final del libro.
La última aparición de Rebenquilla en el lecho de muerte de Faycán provoca en este, por un lado, un sentimiento hipócrita de pretensiones redentoras y, por otro, la estabilización de una idea ontológicamente perversa de mujer. Así, exclama: “Y en medio de las sombras, rezagada, una última figura -¿cómo la había olvidado?- ¡Rebenquilla! Pero… ¿Quién pudo burlarse de su fealdad? ¿Quién vio la nube en sus ojos y afeó su andar y sus lomos y sus pezuñas? ¡Estaba hermosa! Mis ojos no veían en ella sino humildad, amor, sacrificio. ¡Era lo más bello del cortejo! Fue la única que perdonó a Nerón su envidia; a Marquesa, sus veleidades; a Rebenque, su abandono; y a mí, el orgullo que Aterura aplacara”. Frente a esta visión ontológica de la mujer, podemos señalar que, en este caso, se está naturalizando la humildad, el amor abnegado, el sacrificio y el perdón como valores inherentes a un modelo de mujer ideal que ha sido construido desde la mirada heteropatriarcal de Faycán. El hecho de que Rebenquilla haya sido fiel a estos atributos durante una vida de sometimiento permite a Faycán beatificarla. He ahí la perversidad de este último retrato.
Conclusiones
La historia de Faycán nos narra una situación de opresión donde los canes son sometidos por los hombres. La colonialidad del poder, del saber y del ser queda manifiesta en un cuento ameno, en forma de fábula. Esto nos permite entender cómo las categorizaciones sociales definidas a partir de binomios imponen unas jerarquías y valores a las personas, donde unos son representados como superiores y otros como inferiores. No obstante, a través de este mismo texto, comprobamos como muchas veces los sujetos oprimidos -en este caso, los canes- pueden ser simultáneamente sujetos opresores. En este sentido, observamos cómo los personajes femeninos no sólo son sometidos al sujeto colonizador (al igual que sus semejantes varones), sino que -además- esta opresión se incrementa al aplicarle también la categoría del género. De esta manera, los personajes masculinos colonizados también ejercen opresión sobre los personajes femeninos colonizados, al considerarlas inferiores a ellos.
Por otro lado, aplicando una lectura feminista de Faycán vemos como el patriarcado impregna no sólo el contenido de las historias, sino también la forma en la que éstas se enuncian. Así vemos también cómo el contexto histórico del autor configura la propia obra. De esta manera identificamos cómo, el deber ser mujer de la época franquista, configura -también- el deber ser mujer en la mente de los canes protagonistas de Faycán. Y podemos, de alguna manera, hacernos una idea de cómo vivían y eran tratadas las mujeres en Canarias en la época en la que esta novela fue escrita y publicada, hace tan solo setenta y cinco años, aunque lamentablemente las actitudes machistas aquí señaladas aún persistan en la actualidad.
Bibliografía empleada
- DORESTE, Víctor Faycán (Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2004)
- FREIRE, Paulo. Pedagoía del oprimido México D.F.: Siglo Veintinuo Editores 2000. Impreso
- RODRÍGUEZ LOPEZ, Sofía. La historia de las mujeres durante el franquismo. Un exilio interior. Aportaciones de las mujeres canarias a la historia del siglo XX en Canarias. (anta Cruz de Tenerife: Ediciones Ideas, 2011. Impreso.
¿FEMINISTA UN ARTÍCULO ESCRITO POR UN HOMBRE, SOBRE EL LIBRO DE OTRO HOMBRE Y CUYA BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA UTILIZA A UNA SOLA MUJER? NO LO VEO.