Una conversación sobre las posibilidades y las barreras de la joven poesía de las Islas con siete poetas jóvenes canarios de obra inédita.
La difusión de la poesía joven, y más aún de la poesía joven de una región periférica como Canarias, entraña una trampa: el vacío que se genera al no señalar a quienes aún no han publicado en medios tradicionales. Si quienes aún no han publicado no cuentan con medios para su visibilización, será mucho más difícil que publiquen; los nombres que manejaremos serán los de quienes ya hayan podido saltarse, con esfuerzo y suerte, esta barrera tramposa. Las consideradas “nuevas voces” son, normalmente, aquellas que logran entrar en la maquinaria cultural, en las redes afectivas que suelen, lo queramos o no, regir estas cuestiones. Por eso aquí atenderemos a poetas jóvenes de Canarias de obra inédita.
¿Quienes escriben, quienes conforman una generación, son quienes publican, o, lo que es lo mismo, publicar un libro sucede de forma natural, solo por justicia, sin que intervenga ningún factor externo? ¿Difundir y potenciar la poesía joven no implica abrir los circuitos, mirar fuera de ellos, revisarlos, esforzarnos por que exista una igualdad de oportunidades real? ¿Esta lógica no se asemeja a la trampa de la visibilidad de las escritoras y los escritores de Canarias fuera del territorio insular? Egoístamente, porque echo de menos tratar estas cuestiones sentada frente a una mesa enorme con mis compañeras de generación, he querido reunir en este texto a siete poetas jóvenes de obra inédita de Canarias. He querido congregar sus voces, sus desafíos al canon, sus preocupaciones y necesidades, pues creo que visibilizar solo las poéticas y los discursos de quienes ya han publicado tradicionalmente atenta directamente contra lo que significa crear espacios para la poesía joven.
Creo que visibilizar solo las poéticas y los discursos de quienes ya han publicado tradicionalmente atenta directamente contra lo que significa crear espacios para la poesía joven.
Quiénes
He decidido, pues, reunir aquí a siete poetas que, me parece, forman un mapa bastante amplio de lo que significa ser joven, inédita y escribir desde Canarias: personas que se presentan a certámenes, personas que publican en redes, personas que no lo hacen, personas de islas capitalinas, de islas menores, comprometidas con la representación de la canariedad, o de las identidades disidentes, o de su yo… Son:







Canariedad y universalidad
“A mí me gusta saber que las poetas que de verdad me gustan están más cerca de lo que imaginaba cuando era pequeña”, me escribe Ainoha Cruz. Se refiere a eso de ir descubriendo referentes cercanos que, por su invisibilización, pasamos mucho tiempo sin conocer; yo lo extrapolo, pensando en el tema de este reportaje y en lo que creo que tienen en común estas siete voces, al sentimiento de comprender que nosotras mismas podemos ser poetas. Que nuestras identidades y nuestros entornos son poetizables, y que no tenemos por qué encajar en esa norma de lo supuestamente universal que aprendemos como irrefutable.
Para Julián Mesa, vivimos gran parte de nuestra vida con un pie en una idea que también nos enseñan desde la infancia como irrefutable: la colonialidad de lo turístico. El discurso de la racionalidad, cuenta, se construye a través de la destrucción de la voz de la madre, de los abuelos, del entorno más cercano; las lógicas de la colonialidad, además, nos llevan a esa falsa idea de la universalidad. De lo narrable y poetizable: lo central. Las escrituras de lo rural, de la canariedad, tienen bastante que ver con las escrituras de lo queer: con devolver los discursos a lo que está, recuperando las palabras de Ainoha, más cerca de lo que imaginábamos cuando éramos pequeñas.
Melania Domínguez Benítez señala que su acercamiento a la literatura, al haber crecido en un barrio rural de las medianías de Gran Canaria, fue exclusivamente rural y popular. Los cuentos de su abuela y las experiencias de vida de las personas del barrio forman parte de su universo narrativo, y también de su concepción de la escritura. El contacto con la literatura canaria (el cual, debo señalar, suele ser tardío incluso para las personas que vivimos y creamos en Canarias), así como con los feminismos decoloniales y queer, le permitió reconciliar esas dos partes de sí: la de los libros y la del barrio. La escisión entre esas dos partes se debe, seguramente, a esa misma dinámica que señalan Julián y Ainoha: lo universal, lo de fuera, negando lo de dentro, lo no validado, lo oral y no recogido en el imaginario de lo poetizable.
Encontrarnos con el dialecto
La cuestión dialectal también les interesa: “escribo como hablo porque pienso como hablo, y hablo canario porque soy canario”, me cuenta Alejandro Encinoso. “Para mí el lenguaje es una práctica condicionada por una serie de interconexiones que son muy difíciles de describir”, apunta en referencia a la interiorización de los lenguajes, pues le resulta más sencillo integrar en su escritura formas de decir con las que comparte cotidianeidad. Ainoha Cruz también se refiere a lo cotidiano como eje en el que no podemos evitar encontrarnos con el dialecto: nuestra vivencia no cabe en un lenguaje que no le es propio, y el habla forma parte indisoluble de cómo pensamos y, por lo tanto, de cómo escribimos. “Me es mucho más sencillo transmitir lo que quiero transmitir con el dialecto canario que con una forma de hablar impostada que está asociada, al final, a lo leído”, cuenta Sara Morín. Saray Salce, por ejemplo, apunta que siente que su escritura se ve influenciada por lo “vago” de comernos palabras al hablar, por la sonoridad y expresividad del dialecto canario.
Nuestra vivencia no cabe en un lenguaje que no le es propio, y el habla forma parte indisoluble de cómo pensamos y, por lo tanto, de cómo escribimos.
El concepto de isla, además, o la demonización de lo isleño, es para Saray un “cable de tierra” que la lleva a menudo a su uso de las imágenes del agua o de la sensación de aislamiento: la canariedad nos conduce a decir de cierta manera, pero también a pensar y entendernos de cierta manera. Virginia Hernández González también relaciona la canariedad con el entenderse y con ciertos ejes temáticos: en su caso, el mar y su simbología ambigua, pues funciona como límite que nos aísla y a la vez como “trampolín hacia la libertad, hacia la respiración”.
Barreras
La mayoría tiene claro, además, que las personas que escribimos desde Canarias desgraciadamente somos víctimas de unas dinámicas en las que las literaturas periféricas cuentan con una menor visibilidad, distribución y reconocimiento: ante la pregunta (trampa, como indica Saray, pues es como “elegir entre comprarse un coche y una moto: ambas cosas tienen sus ventajas y desventajas”) de si preferirían publicar en una editorial canaria o en una editorial peninsular, muchas responden con pesar. “Creo que peninsular, porque, desgraciadamente, a nivel nacional tendría más visibilidad”, indica Virginia; “está claro que publicar en la península da más visibilidad que en Canarias, y es injusto que sea así”, cuenta Ainoha; “ahora mismo lo que quiero es publicar con una editorial canaria que tenga presencia o distribución en la península”, responde Alejandro.
Melania explica bien esta contradicción: “me gustaría publicar en una editorial canaria, apostar por el tejido cultural de las islas y sus actores, confiar en que puede acogerme, dejar de mirar hacia fuera cuando hay que tomar decisiones. Dicho esto, lo cierto es que tengo dudas sobre la capacidad de difusión con la que cuenta una editorial del ámbito insular, en parte porque este sigue siendo concebido, a nivel geopolítico, como una ultraperiferia, con las repercusiones que esa etiqueta tiene a nivel material y simbólico”.
Necesidades de los poetas canarios jóvenes
Les pregunto para finalizar, porque creo que es algo que debe preguntarse más a las personas que crean, qué apoyo les gustaría recibir de las instituciones, de las editoriales, de los medios y de los agentes culturales en general. Para Sara Morín, es importante “que se valore la escritura de las mujeres y de las personas jóvenes, que haya más inversión en talleres y que los jurados de los concursos públicos no sean señores”: con esto último se refiere a que la igualdad de oportunidades no pasa solo por poder presentarnos a un concurso sin que se sepa nuestro nombre, género, etc., sino por contar con un equipo de personas diversas que no valore las obras solamente desde perspectivas canónicas. Ainoha está de acuerdo en que debería haber más concursos que busquen nuevas voces que se salgan de lo que ya publican las grandes editoriales.
La igualdad de oportunidades no pasa solo por poder presentarnos a un concurso sin que se sepa nuestro nombre, género, etc., sino por contar con un equipo de personas diversas que no valore las obras solamente desde perspectivas canónicas.
Julián resalta la importancia de los talleres, de los espacios de encuentro y de difusión de la literatura: compartir sin jerarquizar. Le parece, además, que el enfoque de estos debe apostar por lo local, no solo por nombres, de nuevo, canónicos. Virginia destaca la labor de las editoriales independientes, quienes “lo están haciendo bien, recibiendo manuscritos y leyéndolos”, pero echa en falta más apoyo institucional a las creadoras y los creadores jóvenes. Melania, por su parte, demanda “puestos de trabajo y espacios dedicados a la creación de proyectos, concursos, apoyo a la difusión, al intercambio” y “más información acerca de opciones, recursos y herramientas para personas que quieran dedicarse al arte”.
En resumen, lo que se necesita es más apoyo material para las personas jóvenes que crean, así como espacios horizontales para la formación y para el tejido de redes.