Lilia Ana Ramos y Pablo Estévez Hernández
Había montones de piedras, unas encima de otras, agrupadas misteriosamente por turistas en las inmediaciones de Playa Jardín, cerca de Punta Brava. Montones de piedras que se convirtieron extrañamente en el símbolo del turismo de masas, hasta el punto de que un grupo de gente local se organizó para desmontar estos primitivos artificios que alteraban orografía y paisaje. El escritor Elias Canetti dice que los montones de piedras son símbolos de la masa. Hubo incluso un tiempo en que cada piedra representaba a un cuerpo humano específico, pero el montón, la acumulación, las transformó en esa entidad poderosa que es la masa. Canetti comenta que hay otras masas, masas que no vemos porque están compuestas por espíritus, y que son una constante en todas las culturas, que viven sometidas y obsesionadas por su inexplicable presencia. Él las llama “las masas invisibles”, que ocupan los cielos, la tierra y los bosques (y quizás ahora haya que añadir las carreteras, los parques temáticos y los hoteles abandonados). En una Canarias privada de su principal motor económico, que llegó a ese momento extraño del “cero turismo”, los turistas se han convertido ahora en nuestras masas invisibles.
Montones de piedras que se convirtieron extrañamente en el símbolo del turismo de masas.
No siempre fueron los turistas una masa. A principios del siglo pasado apenas eran turistas coloniales, de condición social elevada, tragicómicos y exquisitos. Su motivación para el viaje casi siempre eran el comercio o la enfermedad. Tan temprano como en 1910, el escritor canario Francisco González Díaz deseaba ardientemente un turismo de masas, más allá de aquellos que “no cifran un contingente positivo de tanta fuerza como las legiones de turistas simplemente curiosos y andarines”. Era necesaria la “plebe democrática invasora” para poder obtener un sustento vital de algo tan simple y gratuito como la naturaleza y el clima. González Díaz, que fue un firme defensor de los animales y el pionero de la Fiesta del Árbol (sus contemporáneos lo llamaban “el apóstol del árbol”), alucinaría hoy en día con los efectos del turismo de masas en los ecosistemas locales. Incluso se sentiría molesto por esos montones de piedras. Pero, sin poder pronosticar los impactos del turismo, el apóstol del árbol repetía su deseo por la masa. Ese sueño se cumplió tras su muerte, con el advenimiento de una sociedad de consumo y con el turismo como base de un modelo de desarrollo capitalista en las Islas. Nadie pensó que ese modelo se pararía en seco, parándonos a todos. Dejándonos congelados en una estasis jamás conocida desde la también vaticinada globalización.
En esos momentos de bonanza, las mentes más creativas inventaron cientos de eslóganes para atraer a la masa a las Islas. Me pregunto ahora cuáles serán los eslóganes tras la estasis. Canetti comenta que eslogan es una palabra que proviene de las montañas altas de Escocia, donde los celtas designaban a un ejército de muertos como slaugh, que se traduce como “multitud de espíritus”. La palabra gairm significa a su vez “grito, llamada”. Juntas hacen la palabra slogan, “el nombre” dice Canetti “que recibe el grito de guerra de nuestras masas modernas deriva de los ejércitos de los muertos de las Tierras Altas”. Ahora, como dije, la multitud de espíritus son los turistas ausentes, cómodos y con miedo en sus casas europeas, inmovilizados por las restricciones.
El antropólogo Michael Taussig recuerda esta historia de Canetti en la montaña venezolana de Sorte, donde la gente es poseída en ceremonias por multitud de espíritus de las distintas cortes de María Lionza (el espíritu madre de la montaña). Mucha gente canaria está conectada a estas historias de peregrinación y posesión. Taussig dice que el Estado hace su aparición en estos espacios tan irracionales para su lógica: banderas de la nación, libertadores, policías y dinero están presentes y fluyen en las ceremonias. El Estado funciona así con dinámicas parecidas a la posesión: un momento de velación, de estasis del cuerpo, de imitación de la muerte para que la muerte misma pueda cómodamente entrar; y un despertar, un empezar a moverse poseído por otro espíritu. No sorprende que la velación tenga un paralelismo con el estado de emergencia, con la estasis propia de un confinamiento. Ahora que somos cuerpos poseídos por el Estado, también aquí, lejos de Sorte, en un tiempo raro, en un ahora que ya no es justamente la estasis y ese momento de turismo cero, empezamos a caminar poseídos por las masas invisibles. No es que el turismo se haya ido del todo, porque sigue presente en los discursos políticos, en los deseos turísticos reprimidos y en la preocupación cotidiana de la gente nativa. Seguimos teniendo una “pedrada” con el turismo. No se puede hablar pues, desde las instancias gubernamentales, de un cambio de modelo, sino de volver al extraño llanto de Francisco González Díaz, con el cual pedimos que vuelvan las masas. Y sin duda, un nuevo eslogan debe ser inventado.