Intentar buscar el origen del carnaval en la historia humana es un poco como intentar atracar en el horizonte. Es tentador hacer una reivindicación de las modalidades rurales y tradicionales canarias del carnaval, frente a la gran fiesta multitudinaria típica de las ciudades capitalinas, pero la verdad histórica es que si hay un carnaval al que se puede adjudicar el epíteto de tradicional, es precisamente ese. Si atendemos al sentido etimológico: tradición viene del verbo tradere, que significa transmitir, entregar. Y es que el alumbramiento de carnaval es previo a Grecia y Roma, para quienes ya era una tradición, y no una demasiado diferente de la conocemos hoy en día. Dicho esto, no son la única forma de carnaval que tiene lugar en Canarias. Y es cierto que, desde finales de los años 70 del pasado siglo, la celebración de disfraces coloridos, bailes y fantasía emplumada ha ido conquistando el calendario de festividades entre Navidad y Semana Santa. Pero el mosaico cultural es complejísimo, con piezas como Los Indianos de La Palma, Los Carneros de Tigaday, Los Diabletes de Teguise, y tantos otros. Por eso, vamos a hacer un repaso por ese cajón de sastre llamado Carnaval en Canarias.
Lo tradicional en los carnavales de Canarias
Como hemos dicho (¿escrito?), el carnaval tiene un origen incierto y muy antiguo, o como le dirían los primeros cristianos, pagano. Se cree que, hacia lo que hoy es febrero, por ser un puente simbólico de paso entre el invierno y la primavera, en Grecia solían celebrar unas bacanales, grandes fiestas en honor al dios Baco, en las que las representaciones de teatro y los desfiles tomaban las calles. En algunos lugares de Latinoamérica, existe un personaje carnavalesco llamado Rey Momo, en honor al dios griego de las burlas. Por su parte, Roma tenía sus famosas Saturnales, en honor al dios de la agricultura y la cosecha, Saturno, que son también el origen de las Navidades. Se creía que el dios vagaba por la Tierra durante el invierno, por eso le hacían una serie de ofrendas para que les retornara un buen año de cosecha, y por eso, antes de la primavera, se llevaba a cabo este banquete de celebración de la abundancia. Entonces se caracterizaban del dios Saturno, efectivamente, con disfraces y máscaras. Ya se sabe que el Cristianismo, cuando se imponía, se quedaba con aquello que le venía bien y se deshacía de lo que se molestaba (vuelvo a las Navidades). Y en este caso, adoptó estas grandes reuniones de abandono al placer a su propio calendario. Se puso el carnaval justo antes de la Cuaresma, el periodo de 40 días de ayuno y abstinencia de carne. El nombre Carnaval, viene del latín carnem levare, que significa ‘abandonar la carne’. Es decir, era esa fiesta en que todo estaba permitido antes de hacer el periodo de privación de los placeres. Una suerte de día de la purga, en que se cree que se tapaban la cara con máscaras para mantener el anonimato.

Pero el éxito avasallador de carnaval también fue asimilando elementos religiosos, como los famosos Gigantes y Cabezudos, o Papahuevos, cuyo origen es el desfile del Corpus Christie. Fue en el siglo XIX cuando se dio un salto importante con la consolidación de instituciones socio-culturales con capacidad para convocar los festejos de forma oficial, y de concitar partidas presupuestarias a través de corporaciones patrocinadoras, como el Gabinete Literario, el Teatro Pérez Galdós (que en ese momento se llama Tirso de Molina). Ya entonces existían las fantasías, los disfraces en los que se jugaba a huir del propio género, y esto provocó cierto tipo de censura durante la época franquista. De manera que, para sortearla, cambiar el nombre del Carnaval por otro que no pudieran identificar con esa fiesta descontrolada: Las Fiestas de Invierno. Aun así, las mascaradas y desfiles estuvieron prohibidas durante 40 años, y esta histórica celebración tuvo que esconderse en lo clandestino. Fue en 1976, tras la muerte del dictador, cuando el carnaval retomó de lleno su fortaleza, energía y proyección, hasta hoy. Es una fiesta tan social, tan integradora y extensa que se ha ido contagiando año a año de las tendencias sociales y sus constantes iteraciones.
Dame un poco la murga

Las chirigotas gaditanas son consideradas como las que más influenciaron en las murgas actuales de Uruguay y las Canarias. Esas formaciones multitudinarias de coristas que desnudan la realidad sociopolítica de su momento, a través de la comedia y la teatralidad. Parece ser que, en las Canarias, en el Carnaval de 1917, una chirigota formada por algunos marineros del Laya, un barco patrullero de la Armada Española de origen gaditano que atracó en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, dio lugar a la creación de las murgas chicharreras al siguiente año, que luego se extendieron por el resto de las Islas.
Los monstruos de los carnavales de Canarias
Y junto al carnaval murguero, emplumado y bailongo, en Canarias conviven una gran cantidad de pequeñas (en algunos casos, no tanto) celebraciones con un principio estético y cultural mucho más anclado en lo rural, lo fantasioso o lo mitológico. Ya hablamos en Alegando! Magazine de una de las más interesantes dentro de estas manifestaciones, Los Carneros de Tigaday, en El hierro. Un endiablado juego en el que vecinos y vecinas de este barrio huyen de una manada de carneros ávidos de víctimas, a quienes romperles las vestiduras y pintarles la cara con betún. A continuación, resumimos algunas de las otras manifestaciones canarias de esta raigambre común.
Los Diabletes de Teguise

En Lanzarote, fue a partir del siglo XV, con la evangelización y la asimilación por parte de la Iglesia, que la práctica comenzó a tener connotaciones cristianas y se integró en el Corpus, momento en que se comenzó a hablar de los Diabletes de Teguise. Sin embargo, hoy en día se considera una fiesta pagana, básicamente porque en el siglo XVIII la diócesis prohibió “imaginería diabólica” en su gran celebración de la eucaristía, y entonces pasó a formar parte del carnaval. Al mismo tiempo, la influencia de los disfraces y las máscaras del Carnaval tradicional se fue extendiendo, lo que terminó por provocar que se despojaran de las pieles de carnero, y adoptaran la vestimenta actual.
La memoria de La Aldea de San Nicolás

Y recordaron, vaya si recordaron: “me puso una zalea de cabra, unos cuernos, me pinto la cara con tizne y salimos un grupo de niños como si fuéramos un ganado de cabras”, asegura un vecino mayor de La Aldea. A partir de ese momento, se fue recuperando la tradición y hoy en día estás más viva que nunca.
Los indianos y empolvaos

Los famosos Indianos surgen como una mezcla entre el fervor carnavalesco y una burla socarrona a quienes emigraban a Latinoamérica, sobre todo a Cuba, para allí enriquecerse, y volvían con el cuello dislocado de arrogancia. A estas personas se las llamaba, efectivamente, indianos. Los palmeros se vestían con las clásicas guayaberas blancas, sombreros de caña, vestidos blancos, sortijas y multitud de complementos, puros… como se supone que vestían los indianos ricos. Esta fiesta junta esa sátira con el concepto de los empolvaos. Hoy en día se juntan unas 80.000 personas en una ciudad que el resto de año cuenta 20.000 habitantes. Vienen de todas partes del Archipiélago, de España y del extranjero, para disfrutar de la guerra de talco, el ron, o los bailes de La Negra Tomasa.
Todas estas manifestaciones, y muchas otras que se quedan en el tintero, como los Buches de Lanzarote, el Mataculebra de Puerto de La Cruz, Las Viejas a Caballota de Los Llanos de Aridane, etcétera, dan buena cuenta de lo extremadamente complejo y diverso que es el carnaval en Canarias, con elementos comunes rastreables en todos los puntos a la vez, y ninguna igual que otra. Si hay una verdad, una única verdad incuestionable que podamos extraer, es que Canarias es Carnaval.
Recursos Bibliográficos
- Historia del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. La Brújula
- El Carnaval, historia. Portal virtual del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria
- Los Diabletes de Teguise. Canarian-Transfer
- El carnaval ancestral de La Aldea. IZURAN