'; ; Garoé ✅ Todo sobre el árbol sagrado de El Hierro
Garoé, el árbol sagrado de El Hierro

Garoé, el árbol sagrado de El Hierro

El agua es historia para Canarias. En un ecosistema sin ríos, el acceso al agua para el consumo supone un elemento central de la sociedad que allí exista. Y como si fluyéramos por el cauce incierto de la historia, hemos ido obteniendo, almacenando y comprendiendo el agua dulce tanto desde lo místico, en comunión con la madre tierra y los dioses, como desde la mecanización tras la Conquista. Se cree que fueron los primeros colonizadores de Canarias, cartagineses y fenicios, en el siglo V a.C., antes de la llegada de los indígenas bereberes, quienes construyeron los primeros aljibes, que aún hoy permanecen en algunos casos. La naturaleza volcánica del archipiélago propició la existencia de manantiales con diferentes propiedades de tipo mineral, que desde antiguo se consideraron aguas curativas o medicinales. Es el caso de la Fuente Santa de Fuencaliente o la Fuente Agria de Teror, aprovechada esta última como balneario turístico con la llegada del desarrollo industrial. A mediados del siglo XIX se imponen mecanismos como el malacate, una especie de gran torno que va introduciendo y sacando cangilones de un pozo. La famosa Noria de Jinámar consta de este mecanismo. En este artículo vamos a conocer uno de estos mecanismos de obtención de agua, por parte de los indígenas de El Hierro, los bimbaches, que esconde una historia al estilo Pocahontas o Avatar. La leyenda de Garoé, el árbol sagrado de El Hierro.

El destino de la isla entre las hojas de un árbol: Garoé

Los acontecimientos tuvieron lugar en el contexto de la conquista normanda de la dinastía Bethencourt, al servicio de la Corona de Castilla, a principios del siglo XV. Jean de Bethencourt había conquistado Lanzarote y Fuereventura, entonces se propuso hacer lo mismo con Gran Canaria, donde fracasó, y después en La Palma, donde volvió a perecer. Fue entonces cuando decidió someter a la isla de El Hierro, y en este caso sí triunfó, además con sorprendente facilidad.

Tras la conquista de El Hierro, Jean marchó a Normandía, en plena Guerra de Los Cien Años entre Inglaterra y Francia, pues debía atender una serie de propiedades que corrían peligro. Jamás regresaría a Canarias, porque moriría en su tierra natal poco después. Quedaba al mando de las islas su sobrino Maciot, quien comenzó a capturar a la población bimbache, ya bastante debilitada, y a venderles como esclavos. El mandato de Maciot fue cruento, implacable y dictatorial. Sufrió duros enfrentamientos no solo de los nativos, también desde su propio bando, como del obispo de San Marcial de Rubicón, en Lanzarote. El joven Bethencourt se autoproclamó señor y amo de Canarias, por encima de la autoridad de la Corona. Esto le llevó a ser apresado por un conquistador sevillano, adelantado castellano, de nombre Hernán Peraza “el Viejo”. Él fue quien acabó fundando las ciudades de San Sebastián de La Gomera y Valverde.

Jean de Bethencourt. El Confidencial.

Al final, Maciot accede a medias, porque consigue literalmente vender las islas que ostentaba a la Corona. Mientras tanto, también los portugueses disputan el bastón de mando de un archipiélago que era el centro de todas las miradas en occidente, pues se consideraba la puerta hacia un nuevo mundo. Ya entonces todo el mundo sabía que la Tierra era esférica, pero como no se conocía el continente americano (Colón murió creyendo que había llegado a Las Indias), se daba por hecho que el Océano Atlántico conectaba Europa y Asia, y por tanto que su extensión era descomunal, más de medio planeta. De hecho, el nombre de Océano Atlántico vino después de la expedición de Magallanes y Elcano, los primeros en dar la vuelta al mundo en barco, y es que por entonces era conocido como Mare Tenebrarum (Mar Tenebroso, o Mar de Las Tinieblas). Más allá de Canarias habitaba todo tipo de criaturas peligrosas y una infinitud de agua interminable.

¿Y mientras? Mientras, en El Hierro la población era apresada, esclavizada, diezmada a causa de rebeliones contra los invasores. Sorprende la facilidad con la que los normandos pudieron acabar con los indígenas, siendo éste un pueblo resistente y fiero, de lo cual ya había dado muestras en Gran Canaria y La Palma, y las daría más tarde en la Matanza de Acentejo, por ejemplo. Es cierto que El Hierro era, y sigue siendo, la isla con menos cantidad de habitantes, y también incursiones previas de españoles y portugueses a lo largo de los años en busca de orchilla, habían debilitado una sociedad ya de por sí más frágil que las de las demás islas. Sin embargo, en la conquista de la isla de El Hierro hubo un factor más allá, de tipo estratégico, que resultó decisivo. Y es que, en la disputa, jugó un papel fundamental Garoé, el árbol sagrado. Éste estuvo a punto de inclinar la balanza en favor del pueblo bimbache, pero acabaron siendo traicionados por un corazón roto. Era 1405.

Garoé, la leyenda del árbol sagrado

Frente a la poca resistencia que opusieron los bimbaches a los normandos, éstos se encontraron con un problema capital para su supervivencia en la isla. Efectivamente, el agua dulce. No había ríos ni fuentes, no había manantiales, la zona sur era seca y árida, sin nubes… la única agua disponible era la del mar y la que traían en la expedición, que tras tres días de travesía se pudría, había que beberla a través de un trapo, y decían que mareaba. ¿Cómo podían sobrevivir en ese lugar deshidratado aquellos pobladores indígenas? A punto estaban los normandos de abandonar la isla ante la imposibilidad de beber, cuando hicieron un descubrimiento insólito.

Ocotea foetens. QPH Radio.

Ocotea foetens. Ese es el nombre científico del ejemplar que debió ser Garoé, más conocido como til o tilo, o laurel de Madeira, originario de la Macaronesia y muy habitual en los bosques de laurisilva. Un robusto árbol perenne, de tronco esbelto y muy ramificado, con un follaje verde oscuro y denso, muy denso, siendo el árbol que más cubre de sombra los suelos de la laurisilva. Suele medir unos 20 metros, pero puede llegar a los 40 metros, y es muy probable que Garoé alcanzara una altura similar. Se encontraba al noreste de la isla, en el municipio de Valverde, cerca de lo que hoy en día es una minúscula aldea llamada Tiñor, en las cumbres de la isla. Erguido a unos 1.000 metros sobre el nivel del mar, Garoé venía acariciado por la lluvia horizontal provocada por los alisios de forma perpetua. Con su espesa copa, era capaz de acumular la humedad, que condensaba en pequeñas gotas que iban cayendo por sus muchas hojas. Se decía que “el árbol lloraba lágrimas”. Por lo sinuoso de sus ramas y su tronco, lleno de cavidades, discurrían las gotas formando pequeños cauces de agua. Este era el gran secreto de la supervivencia de los bimbaches. Excavaban aljibes en la roca bajo la que se encontraba Garoé para almacenar su agua. Se piensa que aquellas primeras incursiones en busca de orchilla no prosperaron realmente en forma de conquistas porque no conocían este secreto. Cada vez que los bimbaches sentían el peligro de ser atacados, se refugiaban en las cumbres, alrededor de Garoé, que les proporcionaba el cobijo y el agua que necesitaban.

Así era el lugar donde se encontraba Garoé. Trebol-a.

Ya nos creeríamos que James Cameron se pudo haber basado en los bimbaches y Garoé para su Avatar, pero con el resto de la historia ya sí van a tener serios indicios (además que los Na’Vi, los habitantes del planeta Pandora, llaman Eywa a la diosa de la naturaleza que se manifiesta a través de su propio árbol sagrado; no sé qué opinan ustedes, pero la pronunciación de Eywa se parece mucho a agua, sobre todo en catalán: aigua… ¿Coincidencia? Probablemente, pero la similitud es increíble).

Con la llegada de Bethencourt, junto a una nutrida tripulación compuesta por normandos y españoles, los bimbaches vieron peligrar su hogar más que nunca. El consejo de ancianos decidió que debían tapar la copa de su sagrado árbol para esconderlo, ya que se encontraba franqueado por los lados por la roca. Los bimbaches, en vez de refugiarse bajo la protección de Garoé, hicieron todo lo contrario, marcharse de la zona para no atraer al invasor. Su estrategia era sencilla, se dejarían conquistar sin demasiada resistencia, pero jamás les dirían dónde se encontraba Garoé, la gran fuente de agua de la isla. Así los invasores morirían de sed.

Buscaron por toda la isla, pero no encontraron nada. A pesar de que día tras días apresaban y dejaban capturados a los bimbaches en sus campamentos para asegurarse de que tampoco ellos bebían agua, a pesar de que se los llevaban de la isla sin conocer cuál sería su destino, entre ellos a Armiche, último rey bimbache, a quien se llevaron para esclavizarlo, los indígenas no abrían la boca. Lo que sí hacían era llevarles agua de Garoé a sus compañeros apresados. Los conquistadores no entendían por qué no morían de sed. Desesperados, estaban a punto de marcharse de la isla. Es entonces cuando entra en escena el personaje central de esta trama. Se llamaba Agarfa, era una joven nativa bimbache que se enamoró de un marinero andaluz. Se veían a escondidas, cada uno, de su propio bando. Pero, cuando se enteró de que los conquistadores se marcharían si no encontraban agua pronto, desesperó. Como si fuera un personaje de una tragedia shakespeariana, Agarfa sucumbió al miedo de perder a su amor y confesó la ubicación de Garoé. Esto inclinó la balanza en favor de Bethencourt. El resto es historia.

Muerte y resurrección de Garoé

A pesar de todo, de que los invasores se aprovecharan del agua de Garoé para su propia subsistencia, el árbol permaneció en pie durante dos siglos. Y no fue el puño de hierro castellano ni el desarrollismo urbano sino un huracán, una terrible tempestad, lo que arrancó de cuajo a Garoé de la tierra. Fue en 1610.

Retrato de Antonio Pigafetta. Nexos.

En la literatura, ya los textos griegos hablaban de un árbol en las tierras paradisiacas de Macaronesia que tenía permanentemente una nube en la copa, de la que exprimía agua para sus habitantes. Pero fue Antonio Pigafetta, el cronista de la expedición de Magallanes y Elcano, quien dejó verdadera muestra literaria de “un árbol que da agua”, en su Relación del primer viaje alrededor del mundo de 1525. Lo curioso es que no se tiene constancia de que la expedición pasara por El Hierro, sino por Tenerife. De hecho, lo hizo por una zona del árido sur que el propio Pigafetta llama Monte-Rosso, es decir Montaña Roja, El Médano. El cronista describe el árbol de forma muy elocuente: “Nos contaron de esta isla un fenómeno singular, que en ella jamás llueve, y que no hay ni fuente ni río, pero que crece un árbol grande cuyas hojas destilan continuamente gotas de un agua excelente, que se recoge en una cavidad al pie del árbol, donde los isleños van a coger el agua, y los animales, tanto domésticos como salvajes, a abrevarse. Una neblina espesa, que sin duda suministra el agua a las hojas, envuelve constantemente a este árbol”. Sin duda, hace pensar en Garoé. Tal vez signifique esto que también en Tenerife los nativos guanches conseguían su agua a través del mismo mecanismo que los bimbaches.

Con el paso de los siglos y el rescate de esta leyenda, las autoridades herreñas quisieron rendir culto a sus antepasados plantando un tilo en el mismo emplazamiento en que se encontraba Garoé. El escritor y periodista canario Alberto Vázquez-Figueroa, uno de los autores más prolijos y leídos del país, noveló esta leyenda en 2010. Garoé ganó el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio. Hoy en día existe un centro de interpretación alrededor de la réplica del árbol sagrado, siendo uno de los puntos más visitados por turistas, donde se mantiene viva una de las leyendas centrales del acervo histórico de la isla de El Hierro.

Bibliografía

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