El estreno de Electra de Benito Pérez Galdós, en enero de 1901, es uno de los mayores acontecimientos de la historia del teatro español, porque su efecto se extendió mucho más allá de las tablas del escenario. La inmortalidad es una cualidad esquiva para el arte teatral. Lo que hace grande al teatro es precisamente el anclaje que tiene en el presente más estricto, entendido en toda su complejidad. Una obra está subyugada por su coyuntura social y cultural a través tanto de la voz de la persona que la firma, cuya visión personal del mundo se filtra cada palabra del libreto, como de forma mucho más simple y directa, a través de la propia voz de quien la interpreta, o de la estación del año en que se represente, o de si el teatro da cotufas o no al público. Es el presente de los actores, el presente fuera del teatro, el del público, el de los técnicos, y hasta el del taquillero. La modalidad textual fundamental del teatro es el diálogo, es decir la acción, muy por encima de la narración, que es secundaria, o de la descripción, que es inexistente, y la cualidad evidente de una acción es que es efímera. La música cambia mucho menos con el tiempo, el criterio a la hora de interpretar una pieza de música clásica es la fidelidad con el original. La novela, o incluso el libreto teatral, que no tiene nada que ver con una obra de teatro, o acaso sea una herramienta que ésta emplea, son también perdurables a través de los siglos porque su afán es condensar algo de la naturaleza humana, conceptualizarla. Y los conceptos son inmarchitables. Pero el impacto social no se consigue a través de conceptos, sino de acciones. Por eso existen muchas obras diferentes sobre un mismo concepto, pero solo algunas concretas son capaces de influir en la sociedad. Por eso existen muchas versiones del mito griego de Electra, pero solo una obra en particular es capaz de transformar el gobierno de un país. Hablamos, por supuesto, de la gran obra del dramaturgo canario, y del gobierno de España durante el cambio de siglo, un periodo conocido como Restauración Borbónica.
Electra
Por facilitar un poco la comprensión del tema, resumamos quién era Electra. Hablamos de uno de los personajes importantes de la Mitología Griega. Es hija de los reyes de Micenas, Clitemnestra y Agamenón. Éste se fue a Troya a guerrear, comandando al ejército griego (su hermano, Menelao, era esposo de Helena, la que secuestra Paris de Troya), durante los diez años que duró el conflicto. A su vuelta, Clitemnestra se había echado novio, de nombre Egisto. La historia de Egisto también se las trae. Digamos, en pocas palabras, que fue hijo de un terrible incesto, su padre fue desterrado por su propio hermano, que mató además a los hermanos de Egisto, y él fue abandonado al nacer. Al final, al enterarse de todo, su madre, que también era su hermana, se quitó la vida. Retomemos el romance con Clitemnestra, la madre de Electra. A la vuelta de Agamenón a Micenas, Clitemnestra y Egisto asesinan al rey, una noche en la que Electra se encontraba fuera. Su hermano pequeño, Orestes, un niño a la sazón, fue salvado y escondido en el Monte Parnaso. Cuando crecen, Electra y Orestes se reencuentran, destapan el pastel y deciden matar a Clitemnestra, su madre. A largo de la historia, han escrito sobre este personaje una infinidad de plumas. La versión clásica del mito que se encuentra más arraigada en la cultura moderna, la que acabamos de contar, es la que escribió Sófocles, pero también dejaron su propia interpretación otros de los más grandes poetas trágicos, como Esquilo o Eurípides. El Hamlet de Shakespeare remeda con bastantes evidencias la historia de Electra, adaptada a un príncipe de Dinamarca. Un rey asesinado por su madre y su propio hermano, una venganza por parte del hijo… Jean Paul-Sartre adaptó el mito en 1947, en una obra titulada Las Moscas. Carl Theodore Jung, el psiquiatra que no es Freud, empleó el mito de Electra para ilustrar el proceso psicológico por el que una niña “se enamora” del padre, y compite con la madre por el cariño de éste, en lo que todo el mundo conoce como complejo de Electra. Probablemente ese es el empleo más famoso del mito hoy en día. Pero es que hasta Frank Miller, el escritor de comics, autor de 300 o Batman: el regreso del caballero oscuro, creó un personaje para la franquicia Marvel que se llamaba Elektra, que era griega, huérfana de madre, con un hermano llamado Orestez, y que inspiró la infame película de 2003 protagonizada por Jennifer Garner. Y, en el verano de 1900, de vacaciones en Santander, el escritor grancanario Benito Pérez Galdós escribió su propia adaptación de uno de los mitos fundacionales del canon occidental.
La verdad sobre el caso Ubao
El motivo por el que la obra de Galdós tuvo tanta repercusión política fue porque tuvo gran repercusión social. Ésta se debe a dos razones fundamentalmente, , que además están relacionadas: el anticlericalismo, y el caso Ubao. La historia de Adelaida Ubao fue en la época lo que el matrimonio de la Pantoja y Julián Muñoz, o la movida de Shakira, Piqué y Bizarrap, por hacer una comparativa comprensible, significa hoy en día: una bomba mediática de 100 megatones. Adelaida Ubao e Icaza era una joven bilbaína, huérfana de padre, y heredera de una gran fortuna. Alrededor del año 1900, un cura jesuita trató de convencerla para que ingresara como novicia en un convento, con la consiguiente cercanía legal de la congregación a la herencia. Y lo consiguió. Pero a la madre de Adelaida no le gustó nada la idea, y acusó al cura de embaucar a su hija con mañas sibilinas y lengua de serpiente. La madre puso una denuncia, que perdió, pero se empeñó y recurrió una y otra vez, hasta que finalmente consiguió que la causa arribara al Tribunal Supremo. En el nuevo juicio, los abogados de las partes eran por un lado Nicolás Salmerón, presidente en la Primera República, y Antonio Maura, asimismo futuro presidente, de corte conservador. Quién defendió a quién, fue justo al contrario de lo que se imaginan. Finalmente ganó la madre, perdió el cura, y Adelaida escapó del convento. Esta historia, como decíamos, fue enormemente sonada en la España de la época, porque ejemplarizaba las exigencias de una sociedad cada vez más descontenta y combativa con la Iglesia.
Galdós, que era un genio, aprovechó esta coyuntura social (su presente), y advirtiendo ciertos paralelismos con el mito griego, escribió una obra con un argumento muy parecido al caso Ubao.
Aquí, Electra es una chica huérfana de dieciocho años, de padre desconocido, que a la muerte de su madre va a vivir con su tía Evarista. Entonces, conoce a Máximo, otro sobrino de Evarista, que es científico, liberal y arrebatador. Electra, claro, se arrebata por él. En ese momento, entra en escena el padre Pantoja, un cura malicioso que mete en la cabeza de Electra la idea de que tanto ella como Máximo son hijos de Evarista, por tanto, hermanos, y le dice que eso de ennoviarse juntos ni pensarlo. La convence, además, de ingresar en un convento. Quien quiera saber el final, que se asome a la obra, pero con estos datos se perciben ya claros reflejos de la historia de Adelaida Ubao. Los estudios coinciden en que el nombre de Electra fue escogido por Galdós también porque, en aquel momento, el invento más puntero del mundo, que más estaba haciendo avanzar la ciencia y la tecnología, era la electricidad, suponga esto un punto más en favor del progresismo de la obra. Sea como fuere, con este argumento llegamos a donde empezamos: la noche del 30 de enero en el Teatro Español, en Madrid. Aquella noche cambiaría por completo tanto la vida de Galdós como la del gobierno de España.
30 de enero de 1901
Aquella noche, en Milán, eran enterrados los restos mortales de Verdi, fallecido tres días antes. Y en Madrid, en el Teatro Español, había aforo completo . Asistió muchísima gente, y entre ellos estaba la plana mayor de la intelectualidad, muchos literatos y personalidades afines a Galdós. Allí se encontraban, entre otros nombres, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu o Azorín, pilares fundamentales de la Generación del 98. Baroja y Maeztu habían asistido, la noche anterior, al ensayo general de la obra, que se celebró de forma privada para un selecto grupo de personas de la política y la cultura. Allí Baroja ya vio el potencial disruptivo de la obra, así como la energía (la electricidad) del público asistente. La noche del estreno, en un momento en que el personaje de Máximo, el joven científico, le suelta un sopapo al padre Pantoja, rabioso con el malasangre, Baroja subió al palco más alto del Teatro Español y gritó: “¡Abajo los jesuitas!”. La mayor parte de la platea empezó a aplaudir y vitorear, la otra se indignó y se marchó. Ambas reacciones marcarían la deriva de la recepción posterior de la obra.
Al término del espectáculo, Galdós fue sacado a hombros a la Plaza Santa Ana, abarrotada de admiradores del escritor canario, que lanzaban proclamas anti-clericales, más concretamente contra los jesuitas, y cantando la marsellesa o el Himno de Riego, el himno adoptado por los liberales durante la Segunda República. Llevaron a un abrumado Galdós hasta la editorial Obras de Pérez Galdós, junto a la calle Gran Vía. Los periódicos al día siguiente dedicaron sus portadas a la obra, a la apoteosis del estreno, o al propio Galdós. Fue un movimiento telúrico. Parte del movimiento obrero, presente en la noche del estreno a través de miembros de la sociedad El Porvenir del Trabajo, adoptó la obra como un símbolo de sus ideas y exigencias. A su vez, la prensa conservadora comenzó una dura campaña de sabotaje contra la obra, lo cual también contribuyó a granjearle tanta fama como emblema del progresismo. Varias diócesis prohibieron la lectura de Electra, que condenaban como pecado mortal. Compraban boletos de representaciones para dejar vacíos los teatros. Se especula incluso, dice Pedro Ortiz-Armengol, diplomático español, académico, y experto en la vida de Galdós, con un posible complot entre el Vaticano y las altas esferas de la Academia Sueca para conseguir que Galdós nunca llegara a ganar el premio Nobel.
A pesar de ello, fue el mayor éxito en la vida de Galdós, hasta la fecha y posteriormente. El libreto comenzó a venderse como churros: unos 20.000 solo en el primer mes (en una época en que había mucha menos alfabetización que hoy en día), que llegarían a ser unos 100.000 en vida de Galdós (fallece en 1920). Se traduce, ese mismo 1901, al portugués, al alemán, y más tarde al inglés, al francés, llega a Argentina, México y Estados Unidos. La obra se fue representando una y otra y otra vez, por Francia, Filipinas, Italia, Rusia, Bélgica, y por supuesto, por todo lo largo y ancho de la geografía española. Y allí donde iba, se producía un altercado, un disturbio, una manifestación en contra de la Iglesia y de los conservadores. Es el tiempo de la Restauración Borbónica, gobierna el conservador Mateo Sagasta. Electra se convirtió en el símbolo de las pugnas sociales por un gobierno mejor. Y lo consiguieron. En poco tiempo, las presiones hicieron a Sagasta disolver su equipo de gobierno, para formar otra con nombres más tolerantes, más adecuados para un momento progresismo post-colonial (en 1898 se independiza Cuba de España, algo que causa un gran cambio en lo más profundo de la sociedad moderna). Un gobierno que se llamó ‘el gobierno Electra’.
Y en Las Palmas de Gran Canaria, el teatro Tirso de Molina, el centro neurálgico del arte teatral en la isla, situado en el histórico barrio de Vegueta, pasó a llamarse Teatro Pérez Galdós.
Bibliografía
- Estreno de “Electra”. Cadena SER, Ocio y Cultura
- La Electra de Galdós.. UNED ( (64) 17-09-2010. La Electra de Galdós. – YouTube ).
- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS.Galdós y el escándalo de su ‘Electra’. La Vanguardia
- El Caso Ubao.. AUÑAMENDI EUSKO ENTZIKLOPEDIA
- MARCELINO IZQUIERDO. ‘Sagasta’, el Episodio Nacional que cegó a Galdós.