'; ; Moby Dick ✅ El rodaje de la película de 1956 en Gran Canaria
Moby Dick

El rodaje de Moby Dick en Gran Canaria, o cómo nos convertimos en el capitán Ahab

Uno de los aspectos más interesantes de la famosa novela de Herman Melville, y algo sobre lo que cualquier amante de los mecanismos narrativos escondidos bajo las palabras y las páginas no puede evitar reparar, es que el suceso desencadenante de la acción está omitido. La trama va sobre la venganza de un capitán de barco de caza contra una ballena que años atrás le atacó y le arrancó la pierna. Pero ese incidente no está siquiera retratado en el libro, es el propio Ahab el que hace constantes referencias, pero siempre de forma vaga y airada, centrado en su mutilación y no en datos de contexto. Probablemente Melville decide robarnos ese hecho desencadenante para hacernos todavía más difícil comprender la ya incomprensible obsesión de Ahab con la ballena blanca. Y es que todo el mundo sabe que la novela de 1851 es, por encima de todo, un extraordinario estudio de la obsesión. Lo que ni siquiera el propio Melville sería capaz de prever es que su novela crearía la misma obsesión de Ahab en un director de cine en su propósito de adaptarla, lo que le traería directamente a las costas de Gran Canaria. Moby Dick (1956) fue la primera gran producción internacional que se rodaba en Canarias desde la Guerra Civil, e inauguró una tercera obsesión: la de convertir al archipiélago en la meca del cine a este lado del Atlántico.

La tragedia del Essex

20 de noviembre de 1820. El vigía en la cofa del Essex, un barco ballenero estadounidense proveniente de Nantucket, Massachusetts, divisa un tremendo banco de cachalotes. Rápidamente, da el aviso y los botes caen al agua. Todos los marineros, armados con arpones, reman hacia las ballenas dispuestos a darles caza. Para susto de todos, uno de los cachalotes, de pálida piel blanca y tamaño descomunal, en vez de intentar huir se enfrenta a los atacantes. El animal comienza a embestir el barco, dándole una y otra vez con la cabeza. Con su poderosa cola, va rompiendo las maderas del barco. Ante los aterrados ojos de la marinería, el cachalote enfurecido machaca el Essex hasta conseguir hundirlo. Los pocos marineros que sobreviven al ataque permanecerán más de 90 días naufragados. Sin apenas comida ni agua, mueren casi todos, y los que no, protagonizan una de las historias sobre el macabro tema del canibalismo más importantes de la historia, junto con el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en Los Andes, en 1972.

Retrato de Hermann Melville por Joseph Oriel Eaton. 1870.

La historia real del Essex inspiraría, 30 años después, la novela Moby Dick, de Herman Melville, así como la menos conocida pero también excelsa novela de Edgar Alan Poe, La narración de Arthur Gordon Pym (1838). La película de Ron Howard, En el corazón del mar (2015), la de Chris Hemsworth y Tom Holland, narra los acontecimientos del hundimiento. Desde entonces, las ballenas pasaron a ser peligrosas en la cultura general, desde entonces llamamos “ballena blanca” al quimérico objetivo que nos proponemos conseguir.

La obsesión por Moby Dick

En la novela de Melville se nos cuenta a través del personaje de Ismael, que hará de testigo y trasunto quien se asome a ella, la monomanía de Ahab, capitán del Pequod, de conseguir matar a la ballena Moby Dick, causante de que ahora use una pata de palo. Un aspecto que nos habla de lo extraordinariamente bien configurado que está el personaje de Ahab es que el oscuro objetivo con el que se embarcó, cazar a Moby Dick, no lo esconde en secreto, sino que desde el principio se lo dice a la tripulación. Es más, consigue persuadir y convencer a un grupo humano, desesperado por la falta de víveres y el abrasador sol, de que estén a su lado en esa locura. Y, ¿cómo lo consigue? Por un lado, les hace sentir partícipes de una supuesta misión trascendental, les contamina el juicio con discursos a gritos y la ilusión de que son especiales. Por otro lado, clava un doblón de oro en el mástil del barco, con la promesa de que quien dé con la ballena blanca, se podrá llevar al bolsillo la moneda. Y así, embauca a toda la tripulación para apoyarle ciegamente en su obsesión, arrastrándoles a un destino fatal. Engaños y dinero, corrupción y barbarie. Desde entonces, el Pequod pasa a ser el barco de la locura.

John Huston. Fuente: Zenda Libros.

Muchos estudios de la novela concluyen que Melville estaba haciendo una reflexión sobre sus miedos acerca de su propio país. Él era un demócrata, y estaba viendo cómo cada vez crecían más los enfrentamientos en torno a la esclavitud en Estados Unidos. Diez años después, en 1861, esa cuestión será la que prenda la llama de la Guerra de Secesión. En esa línea, se deduce que el capitán Ahab, es un retrato grotesco del líder político de la Confederación del sur John C. Calhoun, entre cuyas ideas se encontraban la de defender la esclavitud o unos derechos electorales mayores por parte de las minorías poderosas, entre ellas los dueños de esclavos. Al igual que el capitán, Calhoun era también famoso por su retórica idealista, manipuladora y llena de odio. Al igual que el capitán, Calhoun llenaba de miedos y rabia la cabeza de los fanáticos. Tal vez, esa fuera la obsesión de Herman Melville al escribir su novela.

100 años más tarde, uno de los reyes de Hollywood, el director John Huston, con títulos en su haber como El hombre que pudo reinar, Vidas rebeldes o El tesoro de Sierra Madre, que además ostenta el mérito de ser padre de la extraordinaria Angelica Huston, se contagió de la obsesión de Ahab. Quiso llevar a puerto (un chistecito de barcos) la versión definitiva de la novela de Melville. Siempre fue su soñado proyecto, y siempre imaginó la película protagonizada por su padre, el actor Walter Huston, en el papel de Ahab (alguien dado al psicoanálisis se frotaría las manos con este dato). Pero su padre falleció en 1950, frustrando las intenciones del director y haciendo que abandonase el proyecto durante un tiempo. 3 años concretamente, pues en 1953 reconsidera la adaptación. Llama a Ray Bradbury y echan a andar el guion de la película.

El rodaje de Moby Dick

El plan de producción estaba organizado de tal forma que las escenas en interiores se rodaran al principio, entre ellas la del famoso discurso que hace Orson Welles, quien decía que ver a Huston rodar era un espectáculo, en los estudios Shepperton de Londres. Después, se rodarían los exteriores y las escenas marítimas. Para ellos, se eligieron las costas de Gales, se consiguió un barco bergantín funcional donde poder pasar semanas rodando, y se construyó una maqueta de la ballena de 270 metros de largo, hecha de acero, madera y cubierta de látex. Esa maqueta era exorbitantemente cara, unos 30.000 $ que, ajustado a la inflación, hoy serían algo más de 300.000 $. El tiempo en aquel invierno de 1954 fue, en palabras de Huston: “el peor de toda la historia en las Islas Británicas”. Las inclemencias del clima hundieron la ballena sin en el fondo del mar. Construyeron otra igual. Fue hundida de nuevo, junto con dos lanchas motoras especiales del equipo de rodaje. Cuando los productores fueron a visitar la producción, alarmados por la sangría de dinero que estaba suponiendo, exigiendo explicaciones por tantos retrasos, “zarparon en una motora para reunirse con nosotros en el «Pequod». Cuando se acercaron al costado del velero había grandes olas. La motora subía y bajaba de un modo mareante. Nos miraron desde abajo, con las caras verdes y crispadas. Miré a mis compañeros, que estaban apoyados en la barandilla, y vi que todos sonreían perversamente (…). Regresaron a tierra lo más rápido posible”, cuenta el director en sus memorias. Llegados a ese punto, toman la decisión de trasladarse de lugar.

Carpinteros canarios trabajando en la maqueta de Moby Dick. Fuente: Leggo Gran Canaria.
La maqueta de Moby Dick en el Puerto de La Luz. Fuente: ABC.

Poco después, ya en noviembre de 1954, llegan a Las Palmas de Gran Canaria Edward Sterne y Kevin McClory, ayudantes de Huston, acompañados de un tercer ayudante de dirección, que tal vez tuviera un papel importante en la decisión de venir a Canarias: el español Isidoro Martínez Ferry, que había sido ayudante de dirección de Orson Welles en otros proyectos, y codirector, junto a Marco Ferreri, de una de las películas más importantes de nuestra filmografía patria, El Pisito. En un tiempo récord, reunieron a gran cantidad de equipo canario, unas cien personas. Se construyó una tercera ballena, de unos 65 metros de largo, en los astilleros de Hull Blyth de la Compañía Carbonera de Las Palmas. Fueron las manos de carpinteros canarios las que crearon la ballena que vemos en las últimas secuencias de la película. Surcó las aguas del Puerto de La Luz, El Confital y también de Maspalomas. El mecanismo por el cual se representaba el movimiento de la ballena era simple: la maqueta tenía unas características tales que podía flotar, pero si se le enganchaba a una lancha con un grueso cable y se le daba velocidad, la ballena se sumergía en el agua. Cuenta Huston en sus memorias que, al poco de empezar a rodar en Canarias, en un día en que la mar estaba especialmente turbulenta, el cable se soltó y la nueva ballena quedó a la deriva, subiendo y bajando con las olas, golpeándose el vientre. El ayudante de dirección español, Isidoro Martínez Ferry, había sido nadador olímpico en otro tiempo, y se lanzó al agua junto a Kevin McClory. Arriesgaron su vida por salvar la maqueta, y lo consiguieron.

Rodaje de Moby Dick en las costas canarias. Fuente: Mi Playa de Las Canteras.

Pero el terremoto social no lo creó tanto el rodaje o el trabajo que generó la creación de la ballena, no. Éste llegó semanas más tarde, siguiendo el plan de producción, medía 1’90 de altura, rostro alargado y mirada profunda. Gregory Peck tenía casi 40 años cuando visitó Gran Canaria, y todavía no había hecho su obra cumbre, que le valió el Óscar, Matar a un ruiseñor. Pero sí había estrenado, tan solo un año antes, Vacaciones en Roma, de William Wyler, junto a Audrey Hepburn. Una película que había visto todo el mundo. Hoy en día, Jennifer López viene a rodar una película y no sale de su caravana, o si sale es con un cerco de armarios empotrados con trajes baratos, y probablemente nadie se entere de que algún día puso el pie en la isla. Pero aquella navidad de 1954, el mayor acontecimiento se llamó Gregory Peck. En el derbi canario, la U.D. Las Palmas frente al Club Deportivo Tenerife, que se jugó el día 25 de diciembre, el actor fue quien realizó el saque de honor. Habían acudido Peck y Huston a ver el partido. Las crónicas registraron que a más de un aficionado se le escuchó gritar: “¡Fíchenlo para la Unión Deportiva!”.

Gregory Peck haciendo el saque de honor en el derbi canario del 25 de diciembre de 1954. Fuente: Facebook.

Huelga decir que Huston consiguió terminar su película, aunque había duplicado el presupuesto y se había excedido muchísimo con las fechas, y es hoy en día la más legendaria adaptación de Moby Dick de cuantas se hayan hecho, y no son pocas. Huston triunfó donde Ahab fue derrotado. Lo que no sabía era que, con la caza simbólica de su ballena de celuloide, estaba despertando una tercera obsesión en las autoridades culturales canarias.

El Hollywood subtropical

Furia de Titanes (2010), Exodus: Reyes y dioses (2014), Jason Bourne (2016) o la misma En el Corazón del Mar (2015), en un ejercicio curioso de coherencia histórica, son películas conocidas porque tienen en común el estar rodadas en Canarias. A decir verdad, Moby Dick no fue la primera producción internacional rodada en Canarias desde la Guerra Civil. Poco antes se había hecho Tirma (1954), una coproducción hispano-italiana sobre una historia de amor entre un conquistador español y la Princesa Guayarmina, con Marcello Mastroianni y Silvana Pampanini. Había costado 18.000.000 de pesetas, una cifra altísima para la España de la autarquía, pero el nivel de repercusión posterior, comparado con lo que supuso la película de Huston, fue casi insignificante. Fue Moby Dick la que inauguró esa oleada de superproducciones de clase A que toman forma en el archipiélago, cuyo apogeo ha sido meteórico en las últimas décadas. Pero ya desde entonces se hablaba de aprovechar el atractivo que suponen las islas para las productoras, y sobre la que podría ser la industria más potente de la comunidad. Crear estudios que pudieran soportar esas grandes producciones, de tal forma que no sólo las productoras americanas e inglesas se enriquecieran, sino que todos esos puestos de trabajo nacieran ya aquí, con equipo técnico y artístico autóctono. Algo que reforzaría la capacidad productiva con temática propia, en otras palabras, el llamado cine canario.

El Diario de Las Palmas, a propósito del rodaje de Moby Dick, escribió entonces: “(…) Creemos también que ha llegado el instante de que pensemos seriamente en los provechos que esta clase de actividad [cinematográfica] podrá proporcionarnos. Podría dar trabajo permanente a muchos canarios, inaugurar una participación isleña, bien de orden artístico, bien de orden técnico (…)”. A mediados de los años 50, se empieza a hablar de ‘La Meca del Cine’ en Canarias, y el italiano Máximo G. Alviani, después de dirigir en Tenerife El reflejo del alma (1958), film del que ya hablamos en Alegando!, y habiendo vivido en sus propias carnes el potencial productivo del archipiélago, quiso montar unos grandes estudios de cine en Tenerife, pero nunca consiguió su objetivo. Desde entonces, las iniciativas eran un continuo de idas y venidas, cada vez que venía una gran producción exterior, se avivaba el debate, se hablaba de inversiones y grandes proyectos, pero quedaba en nada.

Interior de uno de los platós de los estudios Gran Canaria Platós. Fuente: Canarias7.

Hasta ahora. El pasado enero se inauguraron los ‘Gran Canaria Platós’, los primeros estudios de cine con capacidad para asumir grandes producciones. El tiempo dirá si la inversión merecía efectivamente la pena, o si las productoras seguirán empleando las islas como tablas de escenario y no como ecosistema al que cuidar. No son descabellados los temores ante tales iniciativas, por el peligro potencial que supone para los entornos naturales protegidos frente a efectos adversos de rodar grandísimas películas aquí, como por ejemplo el turismo masivo.

203 años después de la tragedia del Essex, más de 170 años después de que Melville escribiera la novela que quedaría cincelada para siempre en la historia, y casi 70 años después de que Gregory Peck hiciera el saque de honor en el Estadio Insular de Las Palmas, la isla puede presumir por fin de estar preparada, al menos en parte (son sólo dos platós, todavía estamos lejos de convertirnos en el Hollywood subtropical, y quizá no debamos hacerlo nunca), para complacer la que ha sido la obsesión de muchas personas durante mucho tiempo. Esperemos no correr la misma suerte que el viejo capitán Ahab.

Bibliografía

  • Bethencourt, José Díaz. Gran Canaria como decorado cinematográfico. Moby Dick (1954-55). Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
  • Roca, Luis. Rodaje en Canarias de Moby Dick (John Huston, 1956): Un insuperable regalo de Navidad. El Blog de Luis Roca.
  • Aquellas navidades en Las Palmas de Gran Canaria con Gregory Peck. Canarias Ahora.
  • 6.000 metros cuadrados, dos platós, camerinos y oficinas: Gran Canaria estrena estudios para rodajes de cine y televisión. Canarias Ahora.

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