En febrero de 1927, el barco de la Union Castle llegaba a Santa Cruz de Tenerife desde Inglaterra. Los pasajeros se ponían los chalecos salvavidas para ser trasladados en una lancha al muelle. Entre ellos se encontraba la novelista Agatha Christie, su hija Rosalind y su secretaria, Carlo. Allí los recibió el agente, quien se encargaría de transportarlas a su destino, el Hotel Taoro.

Tras descansar del viaje, Agatha y su secretaria se sentaron en la terraza de su habitación, pero no tuvieron tiempo de admirar las vistas al Puerto de la Cruz. Le pidió a su hija Rosalind que se distrajera durante una hora y comenzó a escribir su próximo libro. A parte de llevar a cabo este trabajo, lo que nadie sabía en esos momentos era que la escritora había viajado a las islas con la intención de recuperar su salud mental. Seguramente, si algún británico la hubiese reconocido entonces, le habría preguntado por el escandaloso episodio que había destrozado su reputación. Y es que, hasta hacía poco, Agatha Christie había sido la protagonista de un misterio que la perseguiría durante toda su vida.
Punto de no retorno para Agatha Christie
Un año antes de tomar la decisión de venir a las islas, Agatha Christie se encontraba en un estado depresivo. Su madre acababa de morir, y lo único con lo que parecía poder agarrarse a la vida era su maravillosa relación con su marido, Archie. Pero al volver del extranjero, este le comunicó a su esposa que había conocido a otra mujer, Nancy Neele, y deseaba obtener el divorcio.
Ante esa repentina noticia, la escritora desapareció sin previo aviso, creando un gran revuelo en toda Inglaterra. Su coche apareció al día siguiente cerca de un lago, donde encontraron su carnet de conducir. El principal sospechoso de la desaparición fue su marido, quien negaba la implicación en el caso. Todo era idéntico a los crímenes característicos de sus novelas, y desde luego la prensa se aseguró de que así lo pareciera. Estaban beneficiándose del suspense de su desaparición y cada día publicaban avances especulando sobre el paradero de la escritora. Incluso Arthur Conan Doyle contrató a una médium para identificar su destino. Finalmente, once días después, la encontraron en el balneario Hydropathic de Harrogate.
Los testigos del balneario contaron a la prensa lo que había sucedido. Al parecer, la escritora había ingresado bajo el nombre falso de Teresa Neele. Durante los días que estuvo allí se dedicó a jugar al billar con los residentes y a tocar el piano, aunque a veces lloraba mientras lo hacía. Al escucharlos, los periodistas que llevaban dos semanas tras la noticia, no se conformaron con publicar esta versión. Después de todo, iban en busca de una historia con un final intrigante.
Días después, Archie declaró que su esposa había sufrido una amnesia temporal. Y, si bien esta era la conclusión a la que llegaron los médicos en los años veinte, actualmente sabemos que experimentó un estado de fuga disociativa. Frustrada por tener que lidiar con la terrible realidad que se le presentaba, la mente de Agatha creó otra identidad para evitar el sufrimiento. Por lo que, cuando llegó a Harrogate, lo hizo creyendo firmemente que era Teresa Neele.
Una vez salieron del balneario, su marido la dejó al cuidado de su hermana Madge y se marchó con su amante a Sunningdale. Estaban seguros de que, con un poco de descanso, se recuperaría y regresaría a sí misma. No sabían que cuando lo hiciera, las circunstancias a las que se tendría que enfrentar serían, de nuevo, demasiado abrumadoras.
La Inglaterra de 1926
Tan solo tres años antes se había aprobado la Ley de Causas Matrimoniales, que permitía a las mujeres solicitar el divorcio en caso de adulterio. Hasta entonces, solo el hombre había podido gozar de ese derecho. A pesar de este aparente avance en el sistema legal, las mujeres todavía tenían muchas dificultades para demostrar la infidelidad. Y aunque los divorcios eran cada vez más frecuentes, el sentimiento de vergüenza que los acompañaba continuaba estando muy arraigado en la sociedad inglesa. La escritora así lo cuenta en sus memorias.
«Me educaron, por supuesto, como a todas las mujeres de mi tiempo, con un gran rechazo al divorcio. Incluso hoy conservo cierta sensación de culpa por haber accedido a la insistente petición de Archie. Siempre que miro a mi hija, siento que debía haberme resistido, haberme negado a concedérselo. No quería divorciarme de Archie, odiaba hacerlo. Disolver un matrimonio es una equivocación -de eso estoy segura-, y he tenido ocasión de ver suficientes matrimonios rotos y de oír suficientes historias íntimas, como para estar convencida de que, si tiene poca importancia cuando no hay hijos, sí la tiene y mucha cuando los hay».
Por lo tanto, los amigos y familiares de Agatha le aconsejaron que no comenzara los trámites del divorcio, sino que le diera un año de plazo a su marido. Le aseguraron que muchos hombres regresaban a su hogar después de darles tiempo para recapacitar. Además, el divorcio no podría haber llegado en peor momento económico. Agatha ya había empleado la mayoría de sus ahorros en adquirir la vivienda de Sunningdale y apenas podía cubrir sus gastos. Por último, consideró la idea de esperar y supo que, durante ese tiempo, necesitaría publicar un nuevo libro.
Comenzó a escribir una vez ya recuperada, pero el caótico entorno que la rodeaba impedía su concentración. La prensa la perseguía, acusándola de haber maquinado su desaparición como estrategia de publicidad. En su autobiografía, relata lo doloroso que le resultó el acoso al que fue sometida.
«Me sentía como un zorro perseguido y acosado por todas partes por los ladridos de los perros. Siempre he odiado la notoriedad de cualquier tipo y, en esos momentos, la tuve en tal alto grado que pensé que no soportaría vivir más».
Por lo que, al comenzar el invierno del siguiente año, hizo las maletas y se marchó al lugar que le proporcionaría el sosiego que necesitaba en esos momentos.
Agatha Christie… La Reina del Crimen
En el Puerto de La Cruz comenzó a escribir la obra que le daría la seguridad económica y profesional que necesitaba. El Misterio del Tren Azul se publicó en el año 1928 y vendió siete mil copias.
La obra recibió numerosas aclamaciones de la crítica y algunos de sus lectores consideraron que era la mejor novela que había escrito nunca. Cuando supo esto, Agatha declaró haber perdido la fe en sus lectores. Y es que la escritora odiaría siempre ese libro, tal vez por el motivo que le llevó a escribirlo.
«Para empezar, no sentía ninguna alegría al escribir, ninguna inspiración… Me impulsaba desesperadamente el deseo, o mejor dicho, la necesidad de escribir otro libro y ganar algo de dinero. Ese fue el momento en el que me transformé de escritora aficionada en profesional. Asumí todas las cargas de una profesión como la de escritor, en la que tienes que escribir aunque no te guste lo que estás haciendo y aunque no esté demasiado bien escrito».
Durante su estancia en Tenerife también tuvo tiempo para disfrutar del clima, nadar y dar largos paseos. Aunque para una mente como la de Agatha Christie, la creatividad no descansaba nunca. Su observación la llevó a obtener inspiración de todos los lugares que visitaba. De esta manera, en Puerto de La Cruz, imaginaría la próxima trama para una de sus novelas, El Enigmático Mr. Quin.
Casi un mes después, abandonó el Hotel Taoro para poner rumbo al siguiente destino. En busca de saciar su curiosidad por el archipiélago, la escritora decidió trasladarse a Gran Canaria. De nuevo, llevándose consigo a sus dos acompañantes y un manuscrito a medio terminar, surcaron el mar hacia el Puerto de La Luz.
Gran Canaria y la inspiración para Miss Marple

Agatha Christie llegó a Las Palmas cuando la ciudad todavía era un remanso de paz sin apenas turistas. Se alojó junto a Rosalind y Carlo en el Hotel Metropole, situado frente a la playa de Santa Catalina. Sus paredes albergaban el dinamismo de la sociedad inglesa de los años veinte. Como cuenta en sus memorias, aquí pudo disfrutar de un clima perfecto.
«Tenía dos playas perfectas; la temperatura también lo era: la media era de unos 25 grados, que para mí es la temperatura ideal del verano. La mayor parte del día soplaba una brisa estupenda y las noches eran lo suficientemente cálidas para sentarse a cenar al aire libre».
Gracias a este entorno tranquilo, terminó la novela y se la envió a sus editores. Liberada de la angustiosa tarea, se dispuso a disfrutar de sus últimos días de ocio en Gran Canaria.

Por las noches, el salón principal del hotel se convertía en una pista de baile. Los más atrevidos se divertían al ritmo de la música, mientras que otros, como la escritora, observaban desde las mesas. Era un escenario que no había presenciado nunca: personas de distintas nacionalidades confluían en la pista. Su perspicaz mirada se dio cuenta que la escena era ideal para el comienzo de una de sus historias.
Años después, en 1932, escribió Miss Marple y los 13 problemas, un libro de historias cortas entre las que se incluía La señorita de compañía. La acción de esta se sitúa en el salón del hotel, donde el doctor Lloyd, el personaje que narra lo sucedido, ve a una misteriosa bailarina española. Sin embargo, el crimen no sucede en el Metropole, sino que se traslada a Agaete, al Puerto de Las Nieves.

Agatha Christie, sin duda, se enamoró de este pueblo pesquero que visitó durante su estancia en la isla. Aislado de los principales puntos de conexión, Puerto de Las Nieves era el lugar perfecto para imaginar un crimen. Su aparente paisaje apacible contrastaba con la bravura del mar que azotaba sus costas. Y es que, como ocurre en las tramas de sus novelas, nada es lo que parece ser.
Una calle de sentido único
«Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único».
Un año después del trágico episodio, la escritora se marchó de las islas siendo una persona diferente. Había recuperado su salud y, lo mejor de todo, también había recuperado la ilusión por la vida. Así que, decidida a seguir adelante, regresó a Inglaterra y comenzó los trámites del divorcio.
Los siguientes años de su vida los pasó viajando alrededor del mundo junto a su segundo marido, Max Mallowan. Estos viajes fueron una fuente de inspiración enorme y constituyeron la edad de oro de Agatha Christie. Obras como Asesinato en Mesopotamia, Muerte en el Nilo o Asesinato en el Orient Express, la llevaron a ser reconocida internacionalmente. Asimismo, publicó sus novelas más personales bajo el seudónimo de Mary Westmacott. Estos libros con títulos tan íntimos como Una hija es una hija o Lejos de ti esta primavera, para la satisfacción de Agatha, no tuvieron éxito.
La vida de esta impresionante mujer, pionera en su época, se vio en peligro por una sociedad que no estaba preparada. Las rígidas normas de su cultura la sometieron, al principio, a la frustración y a la desesperanza. Finalmente, sería en nuestras islas donde podría retomar el control, convirtiéndose definitivamente en Agatha Christie, la Reina del crimen.

Bibliografía
- Romero, María (2019). Agatha Christie. RBA Libros
- González Lemus, Nicolás. Agatha Christie en las Islas Canarias. http://www.nicolasglemus.es/
- Divorce since 1900. https://www.parliament.uk/