'; ; Cruces y Burbujas ✅ Pablo Estévez y Lili Ana Ramos
Cruces y burbujas

Lilia Ana Ramos y Pablo Estévez Hernández

El primero de mayo de 2021, Día del Trabajador y la víspera del Día de las Cruces, festivo en el Puerto de la Cruz, Loro Parque abría de nuevo sus puertas tras más de un año de inactividad. Desde la barbería del Pica (cerrada ese día), se veían algunos turistas sacando fotos en dirección a Punta Brava. En la vía que separa el parque del campo de lucha hay una nueva cruz hecha de vigas. Algunas vecinas la decoran insertando flores dentro de su estructura, mientras otras limpian el suelo de pétalos. Algunos coches van entrando al recinto mientras un empleado del parque, de blanco inmaculado, les da la bienvenida. Siguiendo el muro de Loro Parque hacia playa Jardín, un grupo de pibitos va sin camisa dando patadas a un balón pinchado que no avanza gran cosa. Pronto pasarán por ese tramo del parque (el único) que puede verse desde el exterior.

Loro Parque, el Gran Imán, es como un centro que está en la periferia y que puede alterar ese mismo margen: transformando algo de lo que está afuera, invirtiendo en el barrio, en su campo de lucha, en sus negocios, etc. Una vecina, cuidadora de la cruz “de los caídos en la guerra de África”, al fondo de la calle de Víctor Machado, me contó que todos los años hay una excursión gratis para los residentes y que la empresa apoya las fiestas locales siempre y cuando no se tiren fuegos artificiales, ya que afectan a los animales. Loro Parque, no obstante, es el exponente perfecto de lo que se ha dado en llamar “la burbuja turística”, un espacio encerrado para sí mismo, libre de connotaciones negativas y de residentes “molestos” para la mirada turista.

Quizás todo esté turistificándose entre estos dos polos: entre quienes compran una gorra de Loro Parque (y también la de Siam Park y la de Poema del Mar); y esos otros y otras que colocan piedra sobre piedra, creyendo que son auténticos consumiendo cosas auténticas, sufriendo en su turismo, incluso trabajando en su turismo.

Estas burbujas tienen en común su surgimiento de movimientos estructurales que han afectado el sentido urbano; un ensimismamiento provocado por cambios en la demografía y la redefinición de las ciudades tras oleadas de crímenes y revueltas internas. La ciudad resultante es más una para ser visitada que habitada, moldeada por el diseño para el turismo y la gentrificación. Quizás haya aspectos de esto que pueden rastrearse en la reestructuración de la zona de La Ranilla en el mismo Puerto (o, como cuando antes de la crisis sanitaria, Starbucks ocupara la antigua casa Miranda, aportando su granito a la turistificación del centro de la ciudad). Pero Loro Parque llevaba siendo una burbuja desde hace mucho. En esta teoría son las ciudades las que imitan a los parques temáticos; así que aquí, en Punta Brava, teníamos un adelanto de lo que serían el Puerto y las Islas: la contención y moldeado de espacio y naturaleza para los deseos turísticos. Fuera quedaban los nativos y nativas de Punta Brava, amén de los/as viandantes que cruzan desde el parking a los accesos de la playa que están por encima del bar Julián. Y allí concurre algo, como si hubiera un desbarajuste en este diseño: un enorme ventanal deja entrever un camino del parque, donde van apareciendo turistas en fila sobre un fondo de vegetación espesa.

Ese tramo de Loro Parque cambia la mirada turista. Juega a un juego de sustituciones, como si ocuparas la posición del rey de Velázquez cuando vas en tu distracción cotidiana hacia la playa. Por un segundo es la gente que camina por la vía pública la que observa a los turistas encerrados en el parque, como si fueran animales del zoo. La ironía es fundamental aquí, porque por un segundo los y las turistas quizá puedan entender que ya no ocupan la mirada turista, sino que el parque se la da gratis a los/as transeúntes. Hay un intercambio de posiciones: nativos pasan a ser turistas mientras turistas y animales ocupan la misma categoría. Esta ventana es algo así como un “dispositivo darwinista”: reconoce la animalidad compartida de visitantes animales humanos y cautivos animales no humanos. Sólo desde afuera de la burbuja podemos contemplar esta maniobra darwinista, pero, ¿qué es este afuera? ¿Afuera de qué? ¿Del parque? ¿De la naturaleza? ¿Acaso no somos también parte de esa animalidad?

Una visión de Punta Brava, el Puerto de la Cruz

Quizás, como ya dije, el parque temático sea ahora el modelo y el resto de la Isla esté cubriéndose bajo un manto de gEentrificación. Quizás no hay afuera y adentro, sino sólo burbuja. Larisa Pérez Flores lo pone así: “El zoológico traspasa su propio perímetro, y va permeando toda la isla… Todo se dirige, de un modo u otro, hacia ese centro de los flujos turísticos que es el parque. Estos flujos a su vez definen flujos económicos, mediáticos y políticos”. Pero también hay otras teorías de la ciudad turística, que ponen la burbuja en un polo, y en otro establecen el turismo como una práctica que sigue un “camino extraño”, o el “camino del extranjero”. Este sería el ideal de aquéllos y aquéllas que viran la cara a las letras doradas que anuncian el parque y se sumergen y pierden por los callejones de Punta Brava. Serían quienes se ven atraídas por las cruces (ese fetiche del cristianismo) y se acercan a ver como son embellecidas y decoradas con flores de todos los colores. Quizás todo esté turistificándose entre estos dos polos: entre quienes compran una gorra de Loro Parque (y también la de Siam Park y la de Poema del Mar); y esos otros y otras que colocan piedra sobre piedra, creyendo que son auténticos consumiendo cosas auténticas, sufriendo en su turismo, incluso trabajando en su turismo. Consecuentemente alargando y ensanchando la misma idea de turismo hasta que sí, hasta que la burbuja se expande y coloniza todo.

Otros textos y fotografías de Pablo Estévez y Lilia Ana Ramos

Lilia Ana Ramos (La Matanza de Acentejo, 1988) estudió Ciencias Políticas y Fotografía en Valencia. Su trabajo personal gira en torno a la identidad y el territorio, como el fotolibro autoeditado 'Atlanticidad'. Actualmente reside en Tenerife, desde donde coordina el Photobook Club Canarias y es parte de la organización del encuentro de artes visuales Veintinueve Trece (Lanzarote), acciones que compagina con su labor como fotógrafa comercial.

Pablo Estévez Hernández (Tenerife, 1985) es Doctor en Antropología por la Universidad de La Laguna. Es miembro del Grupo de Estudios Descoloniales y Pensamiento Crítico y de TURICOM. La experiencia turística: Imagen, Cuerpo y Muerte en la cultura del ocio. Profesor asistente de Antropología del Turismo en Escuela Universitaria de Turismo Iriarte. Su trabajo de investigación está centrado en las categorías étnicas, las fronteras y la movilidad, pero sus intereses se expanden al turismo y al poder, a las metáforas que piensan el territorio y a las culturas viajeras.

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