La poeta Rosa María Ramos Chinea acaba de publicar su sexto poemario, Cronología de la fatiga (Editorial Cursiva, 2021), dentro de la Colección Tigaiga de la Asociación Cultural Canaria de Escritores/as
Conocí a Rosa María Ramos Chinea hace mucho. La conozco tanto, de hecho, que me sé algunos de sus poemas de memoria; a veces le repito uno que me gusta especialmente y ella se ríe con esa risa especial que solo está permitida entre personas que han pasado un montón de horas juntas, entre gente que ha hecho junta cosas que recordará toda la vida. Leo sus libros como quien se asoma a la ventana de la cocina y se queda mirando un paisaje que, aunque cercanísimo, siempre le parecerá increíble: cómo va a existir esto. Precisamente porque pertenece a mi vida.Este 2021, Rosa ha publicado dos poemarios: yo acabo de terminar de leer el segundo, Cronología de la fatiga (Editorial Cursiva, 2021), y no puedo parar de repetirme algo que apunté en mi diario cuando tenía 15 años. Tres años antes de conocer a Rosa. Y eso me resulta rarísimo, porque, si hablamos de una amiga, parece que nada de lo anterior a ella tiene validez. Pero también hablo de una poeta, claro, y en estos casos una quiere hasta comerse el antes, exprimirlo entre dos muelas para que la mezcla de placer y miedo que generan los poemas sea más picuda.
Cronología de la fatiga es justo eso: un sistema en el que la poeta explora un abandono al que todas hemos cedido
En mi diario de Campanilla con un pompón de purpurina colgando y una pegatina de Death Note en el interior de la portada y un pelo mío pegado con cinta adhesiva para que no se me olvide nunca que una vez una amiga consiguió hacernos mechas a todas con un solo bote de tinte violín horrible del Covirán, escribí: yo del futuro: si llegas muy reventada doliéndote mucho las patas etc. no te olvides de dormir con calcetines pq da mucho gusto q te aprieten y duermes mejor q si intentas no estar cansada, espero q seas feliz, kisu ^^
A veces me entusiasmo al darme cuenta de que es cierto que algunos libros nos ayudan a complicar las cosas que pensamos o sentimos o fuimos en el pasado. Más que a complicarlas, en realidad, a entender su complicación: como cuando lees llaga y te vuelve el dolor de una llaga ya curada pero un poco más ardiente porque ahora tiene nombre, ahora alguien te la señala y te pregunta ¿muchacha, eso no te tiene ahí reventada en el suelo? Creo que esto ocurre con las personas que escriben como si fueran un universo. Buscando un sistema en el que los elementos convocados tengan sentido, no el sentido de la realidad sino el de una voz que hace mirar las cosas a través de ese extrañamiento del paisaje de la ventana de la cocina: cómo va a existir esto. Precisamente porque, aunque forme parte de mi vida, solo existe aquí.
Cronología de la fatiga es justo eso: un sistema en el que la poeta explora un abandono al que todas hemos cedido (dormir con calcetines porque) pero que nunca hemos mirado de esa forma, con esa resistencia. Que nunca nos ha dado tanto miedo. Ni se nos ha exprimido dentro hasta que hemos acabado contemplando nuestra llaga y diciendo sí, tenías razón, tú lo sabías, dueles.
Cronología de la fatiga
Cronología de la fatiga es el sexto poemario de Rosa María Ramos Chinea, una poeta que suele recorrer, con la solidez que le es propia, los asombros, las violencias, la animalidad, el deseo, las luces cotidianas cuya cotidianidad encandila hasta que los ojos perciben el mundo a través de una herida. Rosa nació en Caracas en 1958, y ha publicado Tiempo de queja (UNEXPO, 1998), Delirios de orilla (Aguere-Idea, 2015), Tribuna para el desconcierto (NACE, 2017), Lápiz de ceniza (Escritura entre las nubes, 2019) y Borde rojo de los días (Asociación Abra Canarias Cultural, 2021). Es máster en educación, mención enseñanza en inglés, por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Caracas) y fue profesora de inglés en la Universidad Politécnica Antonio José de Sucre (Caracas), institución en la que llegó a ocupar el cargo de directora de cultura y extensión.
Reside desde 2001 en el sur de Tenerife; es maestra de la escuela pública y ha dirigido programas radiofónicos de corte cultural como ‘Poetas en serie’, espacio dedicado en gran parte a la difusión de la poesía canaria.
Yo podría aprenderme este libro de memoria. Es un universo; conozco sus costuras. Y me parece increíble que exista.
En este último libro, Rosa emprende, en palabras de María Teresa de Vega, “un desolador viaje por mundos de violencia”. Recorre las heridas de un cuerpo que se sabe cansado y se regodea en lo exuberante de esa ausencia de voluntad: la fatiga es el lugar al que por fin ha llegado, y ese lugar debería llevar al descanso. A la curación. El yo poético, incapaz de dejar de transitar sus violencias, se queja, sin embargo. Y la queja se convierte en el motor de los poemas: volver a vivir lo ya vivido para extraerle el significado, para arrancarlo al menos de las manos (como cuando mi primo se cayó en unas pencas y su abuela tardó una tarde entera en sacarle los picos con unas pinzas de depilar) y encontrar así la tranquilidad que no aparece cuando nos recostamos. Sino cuando podemos decidir levantarnos de nuevo.
Cronología de la fatiga es, me parece, el esfuerzo de un cuerpo por querer volver a ponerse de pie, a mirar el mundo, un esfuerzo que se resuelve parcialmente en ocasiones, justo cuando la voz poética mira sin querer y encuentra luces que atenúan lo que le ha sucedido: también es el esfuerzo de ese cuerpo por enfrentarse a una vida aparentemente apacible. A las amigas que visitan. A estar sentada en la cocina mientras la comida hierve. A los abandonos que podrían no significar tanto si, en comparación con la herida, no fueran tan insignificantes: la poeta dice “Mi sueño es plomizo/como arrasado por incendios”, también “Así estoy: Tosca/Sin saber a nada y sin saber de nada/Irrompible -pero expuesta/a la incurable erosión” y “Es rabia que no cabe en el silencio/Rabia plúmbea que no calla”. Yo podría aprenderme este libro de memoria. Es un universo; conozco sus costuras. Y me parece increíble que exista.
Quiero abrir las ventanas
“Quiero abrir las ventanas/tapar en sus cristales las huellas de las balas”. Cronología de la fatiga es un libro sobre violencias, pero también sobre ternuras. Exhibe el hastío, estar entre gente que habla y decidir no entender lo que dicen, pero también la fuerza de quien se hace sangre agarrando el fisco de deseo que le queda. “Y despierto viva/viva y desterrada”: no hay nada y hay algo. Esa ambigüedad, creo, humedece el libro, lo convierte en un organismo que respira, que se dice y se desdice para llenarse de imágenes que accionan en quien lee la fuerza de esas emociones, como decía, comunes y a la vez ajenas. A lo mejor porque las violencias que sufrimos siempre nos parecen únicas, aunque la raíz sea la misma, aunque el dolor sea el mismo; a lo mejor porque las personas, soñando cosas iguales, soñamos cosas distintas. Uno de los versos que me sé de memoria de este libro es “yo pesadillo gritos”. Los poemas de Rosa María Ramos Chinea están llenos de gritos pesadillados: gestos nacidos de fragmentos de lo que ha sucedido y que, en vez de olvidarse, se absorben. Olvidar algo, para esta poeta, es escribirlo.
Cronología de la fatiga es un libro sobre violencias, pero también sobre ternuras.
La fatiga es, entonces, un símbolo ambiguo, voluntad de muerte y, por ello, nacimiento inevitable: el tono apático de los poemas contrasta con la vitalidad de sus imágenes, con la fuerza de quien se mira los brazos llenos de tierra y reconoce yo hice esto. El ritmo del libro (entrecortado, desnudo, a veces con destellos que vuelven los poemas laxos y los estiran en un eco que remite a una voz pasada) también me transmite eso: poemas que van estallando en los dedos de quien los escribe, como si se rebelaran contra ellos o quisieran demostrarles que la poesía también es una fuerza, que decir (“Lo que tengo que decir es indescifrable/Intento a toda costa construir un sistema”) es, en cierto modo, resolver.
La voz poética se atreve a mostrarse sin arreglar, aún no ha llegado al punto en el que puede mirarse a sí misma desde arriba y elaborar lo que su dolor significó, habla con el pintalabios estregado por la cara y los pies en alto y un ardor en la garganta que tiñe todo lo pronunciado. ¿Puede el cansancio hablar de sí mismo? ¿Cómo encontrará las fuerzas? Estas son, para mí, las preguntas centrales de Cronología de la fatiga.
Escribiendo encontrará las fuerzas: “Sumida en agonía de grafito/declaro sobresaltos con letras-diluvio/Mis horas se empeñan en domar esta lluvia/atesorarla en baldes de hojalata”.
La faena nunca termina
Si hablamos del cansancio, ¿hablamos de la sensación de cuando los pies se nos humedecen tanto que nos hacen resbalar o hablamos de haber hecho algo? ¿Podemos dormir con calcetines para no fingir que no estamos reventadas sin ir repasando, mientras nos escapamos del sueño, lo que nos obliga a estar así? ¿Qué tiene la culpa?
Leo Cronología de la fatiga intentando entender qué fue lo que le pasó a ese yo poético. Reconociendo la capacidad de los poemarios de esta autora de absorber las lógicas de la narrativa, de mostrar un proceso que a lo mejor no se resuelve pero fragmenta aun así una historia clara, todos los engranajes presentes y dando vueltas: creo que en la herida central de este libro hay muchas heridas, un nudo de heridas, algo así como las moscas del pescado de Las vírgenes suicidas, una capa muy gorda de cosas que existen por separado y cuya fatalidad se entiende solo al verlas juntas.
Las violencias de Cronología de la fatiga son políticas, personales, familiares, vecinales, amorosas, desamorosas, atmosféricas, simbólicas, corporales, del deseo, de la apatía, religiosas, de género. Presto especial atención a estas últimas; lo hago porque otro de los poemas que me sé un poco de memoria se titula Faena. Y la palabra faena, o la idea de faena, atraviesa el libro de una manera que me resulta bastante particular: faena es lo que se hace sin pensarlo. El gesto metido a presión en el cuerpo, lo que se necesita para sobrevivir, el requisito que debemos cumplir si queremos que se considere que estamos en el mundo, al menos las mujeres. La recomposición del cuerpo cansado, a la vez (ya hablamos de la ambigüedad) la condena del cuerpo cansado, es la faena: mantenerse en pie para los otros y que los otros nos ayuden a mantenernos en pie. Rosa le dedica este poema a su madre, y dice: “Lavo la ropa con espuma de orillas/y agua de sudores/La plancho sobre la mesa de mi cuerpo/con calor de piel/La faena nunca termina”.
Es curioso, pero los textos de este libro en los que aparece lo doméstico son, creo, muy luminosos. Me atrevería a decir que precisamente porque la faena nunca termina. Y cansa, y contiene unas violencias que ni siquiera hoy están exploradas del todo, y puede reconstruirse, puede entenderse desde el cuidado, desde convertir lo que nos ha traído hasta aquí (hasta los pies en alto, las costuras de los calcetines marcadas como venas nuevas) en lo que quiere ayudarnos a seguir: la interdependencia. Ese poema, ‘Faena’, habla sobre dignificar los cuidados, otorgarles el sentido de lo que da sentido, descansar estando acompañada, dejándonos cuidar. “Solamente mi madre y yo/hemos sido capaces de asar piedras/en fogones de luz/y encontrar en pocas horas/blandas raíces comestibles/y sumamente apetecibles”, escribe Rosa.
Las violencias de Cronología de la fatiga son políticas, personales, familiares, vecinales, amorosas, desamorosas, atmosféricas, simbólicas, corporales, del deseo, de la apatía, religiosas, de género.
Si hablamos del cansancio, hablamos de curarlo. También a través de las amigas: “Jamás me prives de la bondad de las luces/Permite que siempre/alguna amiga desde su asiento/generosamente me capte en pleno trance/cuando no sepa -en lo absoluto//Quién demonios soy frente al poema”.
Gracias por dejarme aprenderme tus poemas de memoria. Ser que siempre se despide.
Bibliografía
Eugenides, Jeffrey (1993). Las vírgenes suicidas. Anagrama.
Ramos Chinea, Rosa María (2021). Cronología de la fatiga. Editorial Cursiva.