Reseña de Osito
Llena de orgullo ver cine de género hecho en las Islas. Estamos ante uno de los cortometrajes más ingobernables que hayan brotado en la filmografía canaria, con una historia que bascula y acaso se tropiece entre el terror, el gore, el thriller clásico de amante mata a pareja… y una película de trastornos mentales al estilo de El Padre (Florian Zeller, 2020).
El autor de esta salvajada es Coré Ruiz, muy conocido en los círculos de cortometrajistas canarios, de quien podemos decir sin titubear que dirige y crea con impunidad, sin cinturón de castidad, rindiéndose a la potencia de sus ideas con regocijo. Tal cosa provoca, inevitablemente, irregularidades en sus historias, pero sin embargo, también da pie a situaciones y conceptos realmente valiosos ante los que uno solo puede estar agradecido. Eso es lo que queda después de ver Osito, además de un nudo en el estómago más intrincado que tus cascos viejos dentro de cajón.
El argumento es difícil de contar, porque es difícil de entender. Ha habido un asesinato, eso seguro. Pero si ha sido perpetrado a cuatro manos o solo hay un autor detrás, es una de las incógnitas. Lo que durante casi todo el metraje funciona casi de forma metafórica y alegórica se torna en real hacia el final del corto, complicando aún más la digestión de la historia. Volviendo a la comparación con El Padre, aquí Coré Ruiz pone los rasgos estilísticos al servicio de los abotargados sentidos del personaje, pero sin caer en clichés y lugares comunes, de forma muy inteligente: los muchos diálogos del corto están montados a través de los planos de escucha. Solo planos de escucha. No vemos, hasta el final, a nadie físicamente hablando. Superada la disonancia cognitiva en el espectador, debemos reconocer que es una idea muy interesante.
Asimismo, un aspecto a destacar es la banda sonora del corto. Gabriel González, el compositor, desarrolla una terrorífica suite de atonalidad, muy en la tradición del pasado siglo, siguiendo a autores como Ligeti o Alban Berg, a medio camino entre lo atmosférico y lo melódico, que tanto seduce a los cineastas desde Kubrick hasta Scorsese. Existe un rechazo inconsciente e instintivo, atávico acaso, corpóreo y fóbico, ante la música atonal. Hablamos de aquella música sin tono, es decir sin un orden armónico clásico que nos marque qué notas sí y qué notas no deberían entrar en la partitura. Este tipo de música nace y predomina en el siglo XX, como resultado fatídico del vacío y absurdo post-guerras mundiales del que hablaba Camus: los principios de la sociedad han sido aniquilados, hay que comenzar a existir desde el único de ellos que queda en pie, la anomia. Es decir, los compositores comenzaron a crear con un orden nunca antes imaginado siquiera, el desorden. Hasta entonces, la música se planteaba siempre como un viaje constante de ida y vuelta. Se comenzaba en un sitio, se tensaba la cuerda, y se resolvía de nuevo en calma. En la música contemporánea, el planteamiento es un continuo de plantear tensiones irresolutas, cada vez más desquiciantes, cada vez más incomprensibles. Lo mismo que hace Coré Ruiz en su cortometraje, aumentar la tensión más y más, plantear preguntas cuyas respuestas sabemos que no nos llegarán. Una pequeña rara avis en el panorama cinematográfico amateur canario, que demuestra estar más vivo que nunca cada día que pasa.
Algunos datos sobre el largometraje Osito, de Coré Ruiz
Título: Osito
Duración: 18 min
Género:: Terror / Comedia Negra
Año: 2017
Dirección: Coré Ruiz
Guion: Coré Ruiz
Producción: Sleeplessness y El Cubo