En el centro de Francia, a orillas del Loira, descansa la preciosa ciudad de Blois. Con un tercio de los habitantes de La Laguna, pero el triple de adoquines, es uno de esos reductos históricos suspendidos en el tiempo que bien merecen una pateada y una cámara desechable. Allí Juana de Arco instaló su base de operaciones durante el Asedio de Orleans. Allí María Luisa de Austria, la esposa de Napoleón Bonaparte, instaló la sede de su regencia. Allí los alemanes se abrieron paso a cañonazos durante la Segunda Guerra Mundial, y la ciudad hubo de resistir graves bombardeos. El impresionante castillo renacentista, su monumento más emblemático, alberga el Museo de Bellas Artes de Blois, y en él encontramos uno de los cuadros más curiosos y sorprendentes que podamos admirar. Retrato de Antonietta Gonsalvus nos muestra a una niña cubierta de una espesa capa de vello en el rostro, vestida como una aristócrata. La historia detrás de esta pintura conecta la Canarias de los primeros años tras la Conquista, uno de los primeros grandes ejemplos de empoderamiento femenino en el arte, la dinastía Medici, y el clásico de Disney La Bella y La Bestia. Vayamos por partes.
El gentilhombre
Tenerife, 1537. En un monasterio de El Sauzal abren las puertas a primera hora de la mañana. En el suelo, las pieles dentro del capacho no logran apaciguar los llanos de un niño abandonado. Al recogerlo y retirar las pieles, descubren un bebé cubierto por todas partes de pelo color canela.
Muy poco sabemos del verdadero origen de ese bebé. Algunos historiadores creen que era hijo de una familia noble castellana, y que fue abandonado porque pensaban que habían dado a luz no a un niño sino a una bestia. Pero el mayor consenso se encuentra en la teoría de que era hijo de menceyes guanches. Hoy en día sabemos que el extraño aspecto de ese niño se debía a una mutación en el cromosoma 8 conocida como hipertricosis, que provoca la aparición de grandes masas de vello en zonas del cuerpo como las manos o la cara, y que no comporta ningún peligro para la salud de la persona. Pero, en aquel entonces, la sociedad veía al pequeño como una mezcla entre animal y persona, en el mejor de los casos. En el peor, una criatura demoníaca. Las monjas bautizaron al niño: Pedro González.
No existen registros de la vida del pequeño Pedro antes de los diez años, edad con la que fue llevado de Canarias a la corte francesa de Enrique II. Para creernos la inconcebible vida de Pedro a partir de entonces, tenemos que entender una tendencia infame de los monarcas del pasado. Los Gabinetes de Curiosidades eran el orgullo de los reyes: objetos de origen desconocido, animales exóticos, sustancias traídas del otro lado del mundo, y sí, seres humanos. Personas que les parecieran singularmente diferentes o extraordinarias. Afortunadamente hemos superado estas concepciones, pero la monarquía española también es culpable de barbaridades semejantes. Es conocido el ejemplo de Las Meninas de Velázquez, donde vemos a Maribárbola y a Nicolás Portusato, dos jóvenes con acondroplasia que tenían el título de, no es ninguna broma, enanos de la corte (para flipar, ¿eh?).Enrique II de Francia estaba maravillado con el aspecto de Pedro, a quien consideraba un niño salvaje, y lo tomó como su protegido con el afán de “domesticarlo”. Le rebautizó como Petrus Gonsalvus, por la derivación latina de su nombre castellano, ya que el latín era el considerado como el “idioma culto”, símbolo de prestigio social. Le enseñaron a hablar francés, latín e italiano, que acabó dominando con completa fluidez. Recibió formación en humanidades, ciencias, letras y artes. Pedro, o Petrus, evidentemente no era un salvaje, de hecho se reveló como un joven con una inteligencia muy aventajada. Con el tiempo, Petrus llegó a ser un adulto muy cercano al rey, con una posición muy alta en la corte. Fue nombrado gentilhombre y summilier del rey, por lo que se sabe que cobraba una millonada, recibió un título nobiliario, y le fue concedido el don antes de su nombre. Pero no nos engañemos, Don Petrus era propiedad de la corona, y a la muerte de Enrique II, su destino pasó a manos de la reina regente. Hablamos de Catalina de Medici, hija del Lorenzo II de Medici, señor de Florencia. Catalina quiso entonces que Don Petrus se casara, y para ello le concertó un matrimonio con una dama cortesana, tocaya a la francesa, de nombre Catherine. Era 1573.
De dicha unión nacieron tres niños y tres niñas, y cuatro de los seis heredaron la hipertricosis del padre. Entre ellos estaba la pequeña Antonietta, que da nombre al retrato que nos ocupa. Don Petrus y Catherine ya eran bastante conocidos en la corte francesa, pero con los años la familia al completo fue adquiriendo notoriedad fuera de la corte. En el resto del país, primero, y más allá de las fronteras, después. Comenzaron a viajar por Europa, exhibiéndose en veladas para la aristocracia, dejándose retratar por artistas, e incluso el Archiduque de Austria y Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, Rodolfo II de Habsburgo, del que Giuseppe Arcimboldo realizó un famoso retrato de su rostro hecho con frutas, pidió tener un mechón de pelo de Don Petrus. Tal era la fama de la familia Gonsalvus que, a la muerte de Catalina de Medici (en el palacio de Blois, todo encaja), quedaron a cargo del Duque de Parma, Alejandro Farnesio, e instalaron su residencia en Capodimonte, un pueblecito de menos de 2.000 habitantes (hoy) junto al lago de Bolsena, no lejos de Roma. Y allí vivirían por los siglos de los siglos, con los mismos privilegios que en la corte francesa, con bastante menos fama, y con mucha más tranquilidad.
Como apéndice a esta historia, se debe concluir con una extendida teoría. La primera versión que se conoce del cuento de La Bella y La Bestia data de 1740, y fue escrito por la autora francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, muy prolija tanto en el género de los cuentos infantiles como de las novelas. Al parecer, la vida de Petrus y Catherine puedo haber inspirado el argumento del famoso cuento, que siglos más tarde Disney convertiría, varias veces, en el icono que todos y todas conocemos. Hoy en día el cuento de La Bella y La Bestia está cuestionadísimo por retratar una relación amorosa entre un secuestrador y su cautiva, con enorme indolencia hacia quien no deja de ser un agresor. Es una de las piedras angulares de un debate que está cambiando la historia del cine, poniendo a personajes femeninos insumisos a la cabeza y revisando los tipos de relaciones interpersonales que se reflejan. Y quizá hubo un canario hace casi cinco siglos que, sin saberlo, iba a propiciar un cambió integral en la cultura moderna.
Un taller propio
En 1928, Virginia Woolf pronunció su famoso discurso en la universidad para mujeres de Cambridge Girton College, que desembocaría en uno de los textos clave para la tradición literaria feminista: Una habitación propia (1929). En el conocido ensayo se preguntaba cuántas de las figuras más importantes del arte en la historia han sido mujeres, y reclamaba, dentro de un mundo hasta hace nada dominado, reservado y concebido para los hombres, un espacio donde sentirse libres para crear, un lugar propio, una habitación propia. No sabemos si la autora británica conocía a la pintora detrás del cuadro que hoy nos ocupa. Probablemente la respuesta sea sí, porque encarna el espíritu del texto como el polvito uruguayo la dulzura. Hablamos de una de las mujeres artistas más reconocidas en el Renacimiento, la grandísima Lavinia Fontana.
Nace en Bologna, en 1552 (cuando Petrus era un quinceañero estudioso y aplicado). Bologna siempre ha sido, y sigue siendo, un centro neurálgico de la cultura mundial, una ciudad orgullosa de albergar la universidad más antigua de occidente, fundada en 1088, por la que han pasado Bocaccio, Petrarca, Pascoli, Pasolini, o Prospero Fontana, un muy afamado pintor del Renacimiento Italiano y el padre de Lavinia. Ella quería pintar y él le enseñó todo lo que sabía, hasta que acabó dominando la técnica a la perfección. Su arte era en un principio alabado con condescendencia, calificado de apacible y blando, muy especializado en los retratos, pues este era el único tipo de pinturas que podían pintar las mujeres. No es cierto que no hayan existido mujeres artistas a lo largo de la historia, sobre todo a partir del Renacimiento. La historiadora del arte Carmen Dalmau opina que, de hecho, a las mujeres que llegaban a ser pintoras se las respetaba muchísimo por lo mucho que ejemplarizaban el espíritu renacentista, que premiaba la excepcionalidad humana más que la divina. Pero no deja de ser cierta la losa de condescendencia que habían de soportar. Era como si se las indultara por su supuesta incapacidad. Por fortuna, el tiempo ha puesto en su sitio el enorme talento de Lavinia.
Decíamos que era una retratista extraordinaria, llegando a ser ni más ni menos que pintora oficial de la corte del Papa Clemente VIII. Su fama y prestigio crecieron tanto que le llegaban encargos por todas partes. Era evidente que su talento excedía los límites que permitía el retrato. Se atrevió a pintar escenas, como los grandes maestros, mitológicas, religiosas y costumbristas. Uno de los mayores ejemplos lo encontramos en Cristo con los símbolos de la pasión (1576), donde vemos el nivel de realismo en los cuerpos, los rostros, las expresiones, los músculos, la ausencia de vida en los ojos de Cristo. Es una escena vivaz, llena de emocionalidad, pero si por algo es revolucionaria esta pintura, así como muchas otras de Lavinia Fontana, es por otro aspecto: el desnudo. Que una mujer pintara desnudos, significaba que había tenido que ver en persona a hombres y mujeres desnudos, es decir, ver desnudo a un hombre que no fuera su marido. Aquello estaba prohibido, pero tal era su grandeza. Y no solo era pintar desnudos, Lavinia iba más allá, dotándoles de un incuestionable erotismo. Si vemos por ejemplo la pintura de Marte y Venus (1600 – 1610), apreciamos la forma en que Marte acaricia a Venus una nalga, o cómo él la mira a ella pero ella mira directamente al espectador, como volviendo la cara, en un gesto lleno de complicidad. Lavinia, incluso, le pinta joyas, un collar y pendientes, a la desnuda Venus.
Lavinia Fontana fue la primera mujer, que se conozca, que tuvo en propiedad un taller de pintura propio, probablemente heredado de su padre. Se casó con el también pintor Gian Paolo Zappi, quien se sabe se dedicaba a ayudarla y asistirla en el taller, ocupándose también del cuidado de la casa y la familia, pues tuvieron once hijos (sólo sobrevivieron tres), en un caso pionero de inversión de roles tradicionales. A veces, muchas, la historia se va desarrollando en meandros y vericuetos apasionantes. Mientras Lavinia se convertía en uno de los ejemplos históricos de autoafirmación y reconocimiento más importantes que se puedan encontrar, la familia Gonsalvus viajaba por Europa haciéndose admirar. No es de extrañar que le encargaran a la pintora el retrato de la joven Antonietta, en 1580 (cuando todavía estaban a cargo de Catalina de Medici). Y acaso fue la mejor elección posible, pues Lavinia fue capaz de hacer con ella lo que nadie más hacía, verla como nadie más la veía, como a un ser humano, como a una niña. El cuadro es fascinante porque nos parece una criatura de un sueño en sentido estricto, que es a la vez imposible y perfectamente lógica. La cara llena de vello, que a todo el mundo resultaba salvaje, exótica, horripilante en algunos casos, contrasta con la delicadeza del vestido y del gesto al agarrar la carta, o con la ingenua bondad infantil en la mirada. Un bello rostro humano escondido tras una espesa capa de pelo, como se escondía el talento de las mujeres tras una espesa capa de prejuicio, Lavinia Fontana fue capaz de escarbar a través de todas ellas.
Bibliografía
- Emilia Bolaño.Lavinia Fontana, HA!
- Emilia Bolaño. ‘Antonietta Gonsalvus’, HA!
- Leticia Ruiz, comisaria de exposición. ‘Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana’,. Museo del Prado.
- ‘Lavinia Fontana y la buena invención’, masdearte.com
- Christophe Zang. ‘¿Dónde están las mujeres artistas? Un análisis de las desigualdades entre mujeres y hombres en el mundo del arte’,KINEA
- ‘¿Qué es la hipertricosis?’, La Vanguardia
Interesante. Increíble historia.